Sucedió la última semana. Cuando más apretaba la necesidad, con los últimos resistentes del toreo maldiciendo su destino camino del destierro, en este caso de las playas, con la crisis en los talones y los ejércitos de los antis relamiéndose en la victoria, con las toallas y el tinto de verano como todo equipaje y la tranquilidad familiar como horizonte ¡qué remedio!, Simón, el dedo de la ira, agitó la chistera -era ya o no salvaría nunca su orgullo de productor- y encontró una de esas salidas que le han dado fama y aliento para llegar hasta aquí. Tomó la fórmula José Tomás que tanto resultado dio el año pasado y la retorció hasta elevarla a la enésima potencia, la multiplicó por tres o por seis según quieran leerla y… ¡premio! El de Galapagar con seis toros aunque sea por la mañana es todo un acontecimiento capaz de movilizar el mundo o eso creemos y de invertir el sentido de la deserción, así que obviemos su carácter de matinal y sumémonos a la euforia porque o era por la mañana con todo lo que ello supone o no era.
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