Hay gente que tiene arte desde que la parieron; y Morante es uno de esos pocos. Y eso que este año nos tiene a dieta; y la tropa de fervientes morantistas está entre mosca y en excesivo ayuno. El año que más torea y el año en que hay menos campanas de gloria. Claro, que puede repicar cualquier día y hacer fiesta mayor en el toreo no se sabe cuándo y en qué plaza. Pero es cierto que las musas parecen estar de vacaciones y las tardes de la piel erizada están siendo demasiado escasas. Sin embargo, Morante es capaz de ponerle arte a cualquier cosa. La última es de Oscar de Hollywood. Ese Morante que torea la Goyesca de Ronda, donde ha tenido tardes excelsas aunque en la última se quedó a pie viendo cómo salían en volandas Manzanares y ese Cayetano sorprendente que ha vuelto con más valor que nunca… Ese Morante que se queda a dormir en Ronda y a la mañanita siguiente se da un garbeo por tan hermosa ciudad, que sale a la calle con el pelo suelto a lo Camarón, la camisa llena de lunares y un paquete de pipas Facundo en la mano que va partiendo con los dientes lentamente como si engarzara naturales. Ese Morante se pone a la vera de la vociferante antitaurina, gesto tosco y altavoz en bandolera, y como si se conocieran de toda la vida, tranquilo, otra pipa en la mano, le toca delicadamente los costados con el dedito y le dice: “Yo soy torero, no soy asesino”. Y luego le cuenta la historia completa de la Tauromaquia y de este país. Ole sus cojones. Morante es único. Cuando torea, aunque este año hay sequía, cuando riega con la manguera, cuando se encarna en un lince, o cuando le da por alisar las arenas de todas las plazas.
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