Yo no soy profeta. Ni confieso que el martes me aposenté ante la tele con muchas más expectativas que las de creer que en el toreo siempre cabe la sorpresa (no voy a decir milagro porque milagros hay decenas cada vez que se abre la puerta de chiqueros), me puse a ver la corrida consciente de que la imprevisibilidad es una de las virtudes del toreo, que en Las Ventas, en la Maestranza o en el más recóndito coso, gache, tentadero o corrala puede surgir la emoción y el buen toreo. Creencias culturales, no más. Acepto, eso sí, que no era un cartel de los que animan a ir a la plaza al gran público. Dicho sea sin ánimo de ofender. No era un secreto ni una quimera personal, al contrario, se comprobó en los tendidos de Las Ventas. No había grandes apreturas, ni riesgo de Covid-19, ni grandes audiencias en la tele, eso lo supongo porque lo de las audiencias se guarda bajo siete llaves, pero es fácil suponer. Pues ellos se lo perdieron, los que se quedaron en casa, los que no encendieron la tele y también los que no supieron ver lo que veían.
Téllez toreó al natural con una despaciosidad y una geometría como no se ha visto esta feria. Adame se arrimó con un hambre y una decisión conmovedora. Los dos me emocionaron, cada uno con su registro, más académico el madrileño, por la vía de la angustia desgarrada el mejicano. Las dos posibilidades tienen sitio de ley en la tauromaquia de siempre. Yo no soy profeta, no sé qué serán en el futuro, ni si conseguirán que haya apreturas en los tendidos, ni que las ferias parezcan cortas, ni si lo repetirán (ahí está la clave y lo difícil, en repetirlo, yo espero que sí) pero lo del martes fue importante, emocionaron, dieron la razón a los que nos sentamos a verlos/disfrutarlos, hasta nos hicieron sentir orgullosos… A las figuras lo que es de las figuras y a los que se empeñan en serlo, respeto y esperanza.
