De mis imitadores serán mis defectos, podría decir muy bien Álvaro –que será siempre Alvarito en el mundo de la ganadería de bravo- como propietario del más genuino encaste que se ha dado en denominar Domecq...
De mis imitadores serán mis defectos, podría decir muy bien Álvaro –que será siempre Alvarito en el mundo de la ganadería de bravo- como propietario del más genuino encaste que se ha dado en denominar Domecq. Que alambicando y poniendo las cosas en su sitio tiene, como casi todo, mucho de Tamarón, y acercándonos más al filo de la actualidad, de Parladé, que también viene del mismo tronco. Mi amigo Manolo Lozano podría ilustrarnos mucho sobre el particular, del que es un gran estudioso. O sea, que lo lidiado esta tarde en Pamplona ha sacado parte de los defectos del encaste que ha inundado la ganadería brava española, pero más atemperados. La corrida, bien presentada pero sin exageraciones ni estridencias, ha permitido que David Mora, en un momento estelar de su carrera, demuestre que es una injusticia que se tenga que circunscribir a las ganaderías duras para toreros peleones, cuando está cada día más claro que con el toro de calidad puede ser uno de los que torean bien y con un alto sentido de la estética.
Fandiño ha vuelto con las del beri del hospital de sangre en el que ha curado sus heridas de guerra. Tanto que su segundo le ha podido ocasionar un disgusto muy serio, dado lo espectacular de la voltereta producto de su confianza y quizás pérdida de respeto a un adversario fané y descangallao, acostumbrado como está al bisonte bicorne con un féretro en cada pitón. Francisco Marco ha gozado de su merecida dosis de miel con una corrida floja, descompuesta en ocasiones y con atisbos de calidad siempre. ¡Ah! Y un llenazo. Y sin los de la “pochacá”. Hermosa Pamplona y bendito su San Fermín.
