La revolera

Tarde gris marengo

Paco Mora
viernes 20 de mayo de 2016

Todos tenemos nuestra parte alícuota de culpa de que el espectáculo taurómaco esté deviniendo en algo triste, aburrido y anodino, carente de la emoción que es la levadura que hace subir la Fiesta.

La tarde ha sido gris marengo de medio luto. El aburrimiento fue la nota dominante, y sin embargo el público de Las Ventas ha aguantado sin estallar en la indignación de otras ocasiones. Lo que uno ya no sabe si eso es bueno o es malo. Bueno porque confirmaría que no hay espectador más civilizado que el de los toros, y malo porque podría ser que la gente pensara que esto ya no tiene remedio y ha decidido que no vale la pena ni enfadarse. No sé, no se…

Hay que reconocer que del aburrimiento que se repite cada tarde -salvo momentos estelares muy puntuales- en este San Isidro de 2016 no son culpables los toreros, que lo intentan todas las tardes y con todos los toros, ni el público pagano que está acudiendo a las taquillas con asiduidad digna de mejor causa. Todos tenemos nuestra parte alícuota de culpa de que el espectáculo taurómaco esté deviniendo en algo triste, aburrido y anodino, carente de la emoción que es la levadura que hace subir la Fiesta.

Los medios de información porque han insistido año tras año, calificando como inofensivo al toro bonito con los kilos que caben en la osamenta propia de su encaste, y al final han conseguido que los ganaderos claudiquen optando por el “burro grande, ande o no ande”. Y así hemos llegado al toro exagerado de cornamenta, lámina caballuna, con cerca de seiscientos kilos y muchas veces sobrepasándolos. Toros que no aguantan dos encuentros con los caballos y se entregan antes de que se les pueda hilvanar la faena al uso de los cincuenta o sesenta muletazos a los que el público de hoy está acostumbrado. Mea culpa por la parte que me toque como periodista, aunque nunca entré en ese club.

La autoridad gubernativa y los veterinarios salvan su compromiso por las mañanas en los corrales, a base del caballo con cuernos cargado de arrobas, y así evitan que los “tocapelotas” de turno les monten la parrala por la tarde, cuando ven asomar por la puerta de chiqueros un toro compensado de peso y de bonita lámina. Y mientras, la Fiesta se desagua poco a poco porque con amigos como los partidarios del mastodonte con cuernos al toreo no le hacen falta enemigos. Lo dicho; ¡el toreo necesita su Concilio Vaticano Segundo, si queremos evitar que acabe como el rosario de la aurora!

Síguenos

ÚLTIMAS NOTICIAS

Cargando
Cargando
Cargando
Cargando
Cargando
Cargando
Cargando
Cargando