El toreo sobrevive bajo el síndrome del avestruz. Mientras todo el país se retuerce en busca de normas e ideas para intentar soslayar, o al menos paliar, la debacle económica, el mundo del toro continúa actuando como si no pasara nada. La Fiesta sigue sin que ni siquiera sus mayores beneficiarios reparen en considerar que ha llegado el momento de echarle cuentas a que al negocio de los toros le urge una seria regeneración o rearme moral. Precisamente porque las cosas no están para fiestas, es por lo que los tendidos de muchas plazas de toros, en fechas que en otros tiempos fueron paradigma de ganancias, alegría y diversión, ahora lucen como velatorios en los que acompañan al difunto la familia y cuatro amigos de toda la vida. Pese a ello, a los organizadores del espectáculo taurino -cada día que pasa peor negocio- siguen con la cabeza debajo del ala como los avestruces, para no ver la realidad.
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