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Barcelona y Chenel

Antoñete ni toreó más que nadie, ni ganó más dinero que nadie, pero fue torero desde que lo parieron hasta que se nos fue. Amaba esa tierra y esa ciudad porque allí se hizo novillero

Yo no sé si el invierno helará las ilusiones de volver a Barcelona. Y si ese retorno será posible y normal; y si después del rebautizo los invitados nos vayamos y en las tardes siguientes el vacío dé la razón a los censores. No lo sé. Sé que las veces que estuve allí disfruté mucho, con Antonio Santainés, qué afición, qué talento y qué bondad; con Chenel, que amaba esa tierra y esa ciudad porque allí, y no en Madrid, se hizo novillero. O al menos le dieron las primeras novilladas. Y estaba tan a gusto con aquel ambiente de aquella ciudad abierta al mundo y a las corrientes y a la libertad, que se quedó mucho tiempo para crecer como torero por las tardes y perderse en la noche para compensar. Se hizo amigo de César, el mítico delantero; y entrenaba con el Barça y creo que me dijo que fue Daucik, o alguien así, que le vio jugar y quiso ficharle. César le enseñó el sol y la luna de aquella ciudad mágica, abierta y más europea que ninguna.

Aquella Barcelona donde yo iba con Raimon, el maestro de Xàtiva, el padre de la nueva canción con Llach, Pi de la Serra y tantos hasta llegar, ya más adelante, a Joan Manuel Serrat. Respirabas libertad y brazos abiertos a la pluralidad y a la modernidad. Pasado el tiempo esta Barcelona apenas se parece a sí misma. Chenel me contaba la dualidad de la Monumental y Las Arenas. Allí debutó con Pablo Lozano que ya era torero de cartel. Aquel don Pedro que le dio para los gastos la primera vez y al final del año le pagó diez veces más porque su cartel había subido.

OJALÁ RECUPEREMOS LA LIBERTAD, LA RAZÓN LA TUVIMOS SIEMPRE

Más corridas en un año que Madrid. Don Pedro era más imaginativo y trabajador que Jardón en Las Ventas, que se llenaba sola y todos los días. Pero se hizo tan mal lo de Cataluña que ahora habrá que subir la empinada cuesta de los políticos, de los antis, del tiempo y de la realidad. Ojalá. Al menos recuperaríamos la libertad perdida. Porque la razón la tuvimos siempre.

Fíjate Chenel, o sea Antoñete, no se hizo millonario, ni toreó más que nadie; y sin embargo ha sido y es el faro de muchos aficionados y compañeros de oficio. Chenel fue la torería el sentido lúdico, artístico y puro de la verdad del toreo. De la difícil facilidad, del sentimiento, de lo que no tiene fecha de caducidad. Me lo confesó al final, o mejor, lo descubrí después de la tarde histórica de Jaén y el toro de Victoriano del Río. Su modelo fue Rafael Ortega y su dios terrenal Pepe Luis Vázquez, su conmoción Manolete y su heredero Curro Vázquez, aunque nunca tuvo reparos en beber de las fuentes que él entendía que estaban en esa línea. El vuelo y el mando del capote, las órdenes a los banderilleros, rápido, lidiando y pocos capotazos. Tras las banderillas dejar al toro donde esté, tranquilo y empezar de muleta de largo, en la segunda raya y que el toro venga del 7 y Chenel lo espera en el diez. Más de veinte muletazos es mucho. “Pronto y en la mano” y todavía se ve en sus últimas tardes cómo entra y cómo sale del toro. Hay momentos ahí de Pepín Martín Vázquez porque bebió de fuentes de agua fresca y taurinamente medicinal. Los toreros buenos no tienen fecha de caducidad. Y Chenel ni toreó más que nadie, ni ganó más dinero que nadie, pero fue torero desde que lo parieron hasta que se nos fue en una tarde gris de otoño. En los últimos alientos me dijo: “Manuel, mira a ver si hay una becerrita buena porque yo creo que puedo girar, con eso me vale…”.

Nunca le gustaba torear becerras, siempre decía que el “hueco del toro” era otro y lo tenía en la cabeza. Ni en la pequeña ganadería de su casa toreaba, sólo bregaba para ver cómo le volaba el capote. La muleta se la daba a Boni y él era su peón. Tenía un grupo reducido de afectos pero era muy fiel a ellos. A Benlloch le llamaba siempre “el mestre”. Era de los suyos. Hace cinco años se fue y Alfonso Santiago lo recuerda en un bello artículo.

CHENEL DEJÓ UN ESTILO, UNA CATARATA DE SABER Y JUSTEZA

Lo disfrutamos casi veinte años en la radio y en la tele y dejó un estilo, una naturalidad, un ahorro de palabras y una catarata de saber y justeza. Con quince muletazos se puede poner Madrid boca abajo. Además de él y otros, lo demostró Juanito Mora años después. Y se puede contar por la radio y por la tele cómo es de verdad el toro, qué es lo que hay que hacer y qué no con cuatro palabras. Chenel era así: escuetamente rotundo. En el ruedo y el micrófono… Y cumplió más sueños. Su hijo Marco Antonio, calcado a Chenel, está orgulloso de su padre, juega de portero en un equipo juvenil; y me dice Carina que un día, aunque sea un día, quiere que vayamos a un tentadero. Sólo por sentir lo que sentía su padre. Ahora Chenel encendería el enésimo cigarro...

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Manolo Molés

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