BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Bienvenida: mucho más que una sonrisa

José Luis Benlloch
domingo 09 de octubre de 2022
Se conmemora el centenario del maestro que ejemplarizó el toreo en la plaza y en la calle

El toreo anda comprometido los últimos meses (y no todo lo que merecía la ocasión) en homenajear al maestro Antonio Bienvenida en el centenario de su nacimiento (Caracas, 1922 – Madrid, 1975). Reconocimientos que han culminado estos días en Las Ventas, su plaza, donde le han dedicado la feria de Otoño a través de la cartelería de la misma en la que luce su serena sonrisa en la puerta de cuadrillas, gesto que refleja a la perfección su estilo ante los toros a los que encaraba con una difícil naturalidad y ante la vida en la que se granjeó justa fama de hombre cabal.

Don Antonio fue lo que siempre se entendió como un torero de culto y teniendo en cuenta que estos días se cumplen años (7 de octubre de 1975) de su trágica muerte, consecuencia de la voltereta que le propinó una becerra en la placita de tientas de la ganadería de Amelia Pérez Tabernero en El Escorial, son días de fuertes emociones para el bienvenidismo (más necesario que nunca) que sigue vigente en la memoria de una generación de aficionados.

La naturalidad frente al toro distinguía su estilo de los del resto

Fue torero desde su nacimiento en Caracas, donde su padre, también matador, había prolongado más de lo previsto su temporada y no dio tiempo a la familia a volver a su Sevilla del alma como era su intención para que el nuevo retoño naciese a la vera del Guadalquivir. Fue el cuarto de seis hermanos, todos toreros. Manolo, muerto prematuramente de un cáncer de pulmón, fue el más figura de todos ellos con el mérito añadido de haberlo conseguido en la conocida como edad de plata del toreo en la que compitió de tú a tú con toreros como Ortega, Marcial, Barrera, Félix Rodríguez, Armillita… hasta que la enfermedad se lo llevó; Pepe el más poderoso de la familia y hay quien asegura que el mejor banderillero de la historia; y Rafael, que no pudo pasar de becerrista al ser víctima de un crimen pasional cuando apenas tenía 13 años, antecedieron a Antonio y tras él llegaron Ángel Luis, el más elegante de ellos y Juan, al que un toro de Miura le partió el tobillo y frustró prematuramente su carrera. Todos ellos fueron moldeando su estilo y maneras bajo la supervisión del padre, Manuel Mejías Rapela “Bienvenida”, primer matador de la familia, conocido como el Papa Negro por ocurrencia del crítico don Modesto cuando valoraba su competencia con Bombita al que todos consideraban el auténtico Papa del toreo.

Antonio fue torero de cocción lenta condicionado por dos cornadas terribles, una primera en el vientre, en Barcelona, recién tomada la alternativa cuando quiso darle tres pases cambiados al toro de Trespalacios y una segunda en Madrid donde un toro de Cobaleda le abrió el cuello provocando unas imágenes dramáticas, percance que dio pie a la película “Yo he visto la muerte” de José María Forqué. Tomó la alternativa en Madrid en 1942, en un mano a mano con su hermano Pepe ante una corrida de Miura que ellos mismos decidieron aplazar porque la autoridad había rechazado varios ejemplares que se habían desgraciado en los corrales y si se habían anunciado con miuras no creían oportuno que se completase con toros de otra ganadería. La decisión les costó pasar tres noches en los calabozos y tomar la alternativa una semana después cuando ya se había podido recomponer la corrida con seis miuras tal como estaba anunciada. Ni qué decir que lo hicieron envueltos en una expectación desbordante. Se retiró en 1966 estoqueando seis toros como único espada en Madrid, en una tarde triunfal en la que como recordaba su nieto Gonzalo en Aplausos, durante una de sus faenas, con carácter excepcional, sonó la música que nunca suena en aquella plaza. Reapareció en 1971 tras el éxito alcanzado en un festival en Madrid en el que actuó mano a mano con Luis Miguel a beneficio de los damnificados del terremoto de Perú y se retiró definitivamente en 1974 en Vista Alegre tras muchos éxitos incluida una tarde en Madrid, otra vez Madrid, entre sus hitos, esta vez con victorinos. Un año después sucedería la desgracia de Puerta Verde.

Su gracia torera le permitía salir airoso en los momentos más comprometidos

Del maestro, de don Antonio, se ha valorado, con justificados motivos, la naturalidad de su toreo, la falta de crispación en sus lidias, su colocación en la plaza, la variedad de su repertorio, su gracia torera para afrontar los momentos más comprometidos que le permitía salir airoso, pero siempre quedó en el aire una sensación de falta de consistencia o de espíritu guerrero, lo que en muchas ocasiones se le llama valor, pero hay cifras y datos que contradicen esa apreciación, la misma alternativa con miuras, el ser el torero que más veces se anunció como único espada en Madrid, seis nada menos; las once veces que salió en hombros del mismo Madrid; el cartel que tenía en Sevilla, su tierra familiar de la que nunca renunció; el que denunciase públicamente el abuso del afeitado en determinada época del toreo, lo que le costó un alejamiento temporal de empresas y compañeros; el que matase toda clase de divisas incluso en su última etapa… Así que esos peros no dejan de ser nubes, hay que insistir en ello, que no disimulan su torería, ejemplo y referente para aficionados y compañeros, que llevó a mucha honra en la plaza y en la calle, sin duda porque nació torero, vivió torero y murió… torero. Pasados los años, cien nada menos, su devoción por el toreo y su espiritualidad le mantienen como un icono.

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