LA REVOLERA

Borrachera de arte y armonía

Paco Mora
sábado 19 de septiembre de 2020

No quise escribir anoche en caliente. Preferí dormir la borrachera, porque me acosté ebrio de arte, armonía y enjundia torera. Y es que lo de Ponce ayer tarde en Nimes fue un auténtico concierto de toreo, una ensoñación de esas que a uno le es dado disfrutar una sola vez en su vida. Ni un mal gesto ni un movimiento brusco ni un instante de tensión en la figura ni en la mágica muleta que movía al toro y lo conducía creando una obra escultural a cada pase. Era auténtica poesía en movimiento. Aquello no parecía real sino producto de un sueño del que uno no hubiera querido despertar. No sé si el toro, me refiero al cuarto “victoriano” de la tarde, era bueno, malo o regular. El conjunto que toro y torero creaban a cada instante, sin solución de continuidad, no dejaba lugar para el análisis ni siquiera para el pensamiento abstracto. Una estocada hasta la bola acabó con mi estado de Nirvana, cesó la música clásica que inundaba el espacio del coso nimeño y desperté. Pero lo hice suavemente, sin el mínimo sobresalto. Tenía que dejar tiempo al tiempo, y esperar a la mañana siguiente para analizar fríamente lo que había visto.

Pero cuando me levanté esta mañana de sábado todavía no me había recuperado del todo del mazazo de arte, torería, ritmo y sublime conocimiento del torero de Chiva que me había dejado grogui hacía unas horas con noche y sábanas blancas de por medio. Y es que ya en su primero, Enrique -¡qué Enrique va a ser!, ¿es que hay otro?-, se había adueñado de la escena dejando poco lugar para el análisis y el raciocinio. Pero lo que parecía insuperable fue un simple adelanto de lo que vendría después en el cuarto de la tarde. El “productor” había hecho el esfuerzo y merecía el premio de que en su plaza se proclamara y quedara coronado el primer emperador del toreo. Los toros le embistieron a Ponce del modo que él necesitaba para dar toda su dimensión torera, o no embistieron, ¡yo que sé, si todavía estoy en trance! Quizá los embrujó y, cual un Flautista de Hamelín de seda y oro, los fue convirtiendo en los grandes colaboradores de su sinfonía de Otoño de este año de gracia-desgracia de 2020, que quien esto firma no podrá olvidar mientras viva, yo sé por qué. Pero cuando la pena me acongoje, es muy probable que las imágenes de la embrujadora tarde poncista sean un bálsamo para mi dolor. Gracias, Enrique…

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