Son pura artesanía. Verdaderas obras de arte. En muchas ocasiones, es el recuerdo que perdura tras una primera vez en una plaza de toros. Lo que más impacta. Los vestidos de torear o trajes de luces son esa segunda piel del matador que sin hablar suelen describir a la perfección a quien los luce. Aunque mantienen estructuras muy defi nidas, la evolución también pasa por ellos. Nuevos colores, dibujos, bordados… Un guiño a la coquetería y, por qué no, a las nuevas tendencias que marcan el sello más personal de su portador.
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