ENCUENTROS CON JOSÉ LUIS BENLLOCH.- ÁNGEL PERALTA (y II)

“Cuando se tiene un buen caballo, eres más valiente”

"La sabiduría del jinete debe conseguir que los caballos se acerquen al toro y el caballo debe dejarse llevar pero no dejarse coger, un caballo tonto o valiente/valiente no sirve. Tiene que tener un miedo capaz de ser dominado"
José Luis Benlloch
lunes 22 de febrero de 2016

Dicen que nació con el alma de un centauro y él asegura que desde que viese la luz en su Puebla natal ha pasado más horas a caballo que a pie y que todas le parecen pocas… Sería difícil, seguramente imposible, encontrar un ruedo de España, Portugal, Francia o las repúblicas americanas donde se dan toros, incluso en Argelia y Marruecos me añade el protagonista, donde no hayan galopado sus caballos. Ni suceso en la marisma que no haya rimado con sus sentimientos. Ni hubo quien le ganase en su amor a los caballos, ni a los toros, ni nadie, añadiría yo, que alcanzase a ser don Ángel Peralta.

Hemos retomado la charla hablando del toro y defendiendo el toreo. “La vida del toro es consecuencia de su propia muerte. ¿Qué haríamos con los toros si no hubiesen corridas?…” es la pregunta final que ha dejado balanceándose de su única respuesta posible pero volvamos al rejoneador. Tras aquellos primeros escarceos en las placitas de su entorno sevillano, la primera actuación lejos de la tierra llega en San Sebastián, desde donde le llaman para sustituir al portugués Paquito Mascarenhas, entonces una especie de niño prodigio del rejoneo. El cartel, recuerda Ángel, era de matadores banderilleros, Pepe Bien­ve­ni­da, Antonio y Morenito de Talavera, y pasado el tiempo califica su actuación como buena. “Estuve más o menos bien para lo que era la época, para como se rejoneaba entonces. Diría que clavé las banderillas. Con el tiempo la gente fue conociendo más el rejoneo y exigiendo más, pero ese día lo resolví”. En cualquier caso estuvo lo suficientemente bien como para lanzar su carrera que sus ansias de progreso juveniles le hacían parecer que avanzaba despacio y que él achacaba a intereses de despacho. Lo cierto es que de primeras no le daban sitio en las capitales donde el poco rejoneo que se programaba, recuerda, lo acaparaba Camará para Álvaro Domecq. Y en esa tesitura acude a Manolo Belmonte, empresario de Sevilla y le pide toros.

-Me dijo que la única posibilidad era una nocturna para noveles. Acepté y me echaron un toro de Cobaleda que había estado de sobrero en la feria. Recuerdo que lo maté de una estocada desde el caballo. Aquello me dio nombre y me dio a conocer. Me valió muchos contratos, entre otros ese de San Sebastián.

El dinero y la fama de figura aún tardaron en llegar. Ángel sitúa el despegue económico en el año 1955 cuando viajó a América y comenzó a ganar casi lo que ganaban los toreros de la época.

-En Méjico, en Venezuela, Perú… gané dinero. Aquello era toda una aventura. No es lo mismo meter los caballos en un avión como hice la última vez que toreé allí, que aquellos primeros viajes en los que nos metíamos en un barco y tardábamos veintitantos días en llegar a puerto. Los animales no salían del cajón. Cuando llegábamos teníamos que tenerlos ocho o diez días de recuperación y puesta a punto. Muscularlos, relajarlos, confiarlos… llegaban muy mal.

Eran tiempos en los que compartía competencia con el mismo Álvaro Domecq padre, con Pepe Anastasio, Landete, Joaquín Pareja Obregón… y pocos más. Luego, casi con lo que podría considerarse una promoción posterior a la suya, vendría la época dorada de Los Cuatro Jinetes de la Apoteosis. La fórmula la ideó Ángel desde América, recuerda, que le propuso a Alvarito que en lugar de hacerse la guerra cada uno por un lado era mejor unirse. El lanzamiento fue en Sevilla. Canorea no acababa de ver una corrida con los cuatro, era algo sin precedentes e incluso en la misma feria de Sevilla sonaba arriesgado. Insistieron con mil argumentos, le garantizaron el lleno y le acabaron convenciendo. “Las entradas que falten las pagamos nosotros” fue la fórmula definitiva. “Y acabamos el papel”, recuerda satisfecho. A partir de ese día ya no hubo que convencer a nadie, comenzaron a llegar los contratos y diría que a despegar el rejoneo, que alcanzaría su mayoría de edad bajo la marca de Los Cuatro Jinetes de la Apoteosis y hasta se convirtió en salvación económica de muchas ferias.

-En Sevilla primero se celebró un viernes, luego la pusieron el sábado y siguió acabándose el papel y más tarde, en los tiempos de Chopera, la quiso quitar porque decía que tenía muchos compromisos de toreros y no había fechas y le convencimos para que la pusiese el domingo por la mañana, se dio fuera de abono y lo mismo, siguió agotándose el papel.

Con esos precedentes es lógico que aquella experiencia no sólo encuentre un lugar destacado en la memoria profesional del maestro sino que las valoraciones personales se entremezclen al máximo nivel.

-Yo no he conocido cuatro personas con más mala leche en la plaza, ni más sentido de la competencia. Ni por amigos ni por hermanos, no había consideración entre nosotros. Luego en la calle tampoco había cuatro personas más amigas. Hubo dos años que dirigía yo el grupo y la confianza fue total. Y un tiempo en que se encargó Álvaro y lo mismo. Nadie preguntaba por los toros ni por cuánto íbamos a ganar, nada, confianza absoluta, lo que se ganaba se repartía por igual. Pasados los años es una amistad que persiste.

Anteriormente, en esa tendencia innata para innovar, Ángel, al que los carteles entonces todavía le anunciaban como Don Ángel Peralta, –“eso era una iniciativa de los propios empresarios a los que tuve que convencer para que me retirasen el tratamiento”– había impuesto las actuaciones por collera con su hermano Rafael. Surgió en un festival en Madrid, homenaje a Vicente Pastor, para el que había tantos ofrecimientos que era imposible anunciar a todos. Ángel desatascó la situación y propuso que su hermano, que también se había ofrecido a torear, actuase en su mismo toro. Aceptaron y aquellos dos jinetes perfectamente compenetrados ejecutando espectacularmente suertes que tanto habían practicado juntos en el campo, tuvieron un gran triunfo. Tanto, que la fórmula se impuso durante muchos años y se trasladó a las corridas de rejones.

En una de aquellas temporadas de Los Cuatro Jinetes de la Apoteosis, concretamente el año 1971, cada uno del grupo toreó, recuerda Ángel, más de ciento quince corridas y él ciento veinticinco, la última de ellas como único rejoneador matando seis toros en Santa Cruz de Tenerife.

-¿Quién era el mejor de los cuatro?

-No se puede decir. Cada uno te­nía un estilo. Y cada uno tenía sus par­tidarios. Yo diría que el mejor de­pen­día de la suerte que teníamos cada tarde.

-Definámoslos.

-Rafael era más alegre que ninguno de nosotros. Comunicaba mucho con el público. Tenía un estilo propio. Alvarito fue un gran rejoneador, toreaba muy bien de frente, comenzó con los quiebros, pero Lupi y yo también éramos muy buenos. De verdad y todos distintos.

-¿Hace falta valor?

-Claro. El valor es una mezcla de aspiraciones y de seguridad en uno mismo, pero sobre todo es seguridad. El torero que es valiente es el que se sabe capaz de dominar al toro. El que parece medroso no quiere decir que necesariamente lo sea, seguramente es que no ha superado el miedo. Ese mismo, si adquiere seguridad recobrará o adquirirá valor. Con los rejoneadores pasa lo mismo. Cuando tienes un buen elemento, me refiero al caballo, eres más valiente. A mejores caballos, más valor. El valor está en la seguridad. Incluso con grandes caballos, si por ejemplo el piso está mal, si sabes que está resbaladizo, no tienes el mismo valor.

LAS GRANDES JOYAS

De todos los grandes caballos que pasaron por su cuadra, Ángel rescata para un hipotético cuadro de honor a Perlita, Mejicana y Calandria: “Yo mento a las hembras que para mí tienen preferencia. Siempre fui partidario del sexo femenino. A los cuadreros les tenía dada la orden de que les diesen el pienso a las yeguas antes que a los caballos. Era una forma de concienciarles de que había que darles un trato preferente en todo”. Y cuando le pido un nombre sobre todos se remonta al primero, a Favorito, que compró a un guarda por mil quinientas pesetas que había ahorrado poco a poco. Y cuando le recuerdo que me lo había definido como un caballo feo, cuando tan importante es la belleza en el rejoneo, lo defiende: “Era feo en la cuadra pero cuando se componía en la plaza era hermoso” y le añade nuevos méritos. “Gracias a él fui rejoneador. Con él llegué a rejonear sin cabezada. Luego dejé de hacerlo porque al quitarle la cabezada el caballo va todo largo, sin reunión. Y si no hay reunión con el caballo tampoco puede haberla con el toro al hacer las suertes. Entonces fue cuando se me ocurrió atarme las riendas a la cintura. De esa forma con el cuerpo me podía reunir con el caballo y ya era posible la reunión con el toro”.

-Eran los tiempos de las innovaciones que tanto te afearon algunos.

-Hice muchas cosas de aquellas para provocar pero pronto entendí que había que ser fiel a lo que nos habían dejado nuestros antepasados y lo que consideré menos adecuado, lo fui dejando atrás.

Al hilo de los grandes caballos de su carrera me recuerda a Brujo, que murió en la finca cuando ya había cumplido los treinta años. Tordo con el hierro de la casa, fue la estrella de su cuadra en los últimos años de su carrera y una vez retirado Ángel lo utilizó su hermano Rafael. Que igual lo utilizasen de salida, que para banderillas a una mano, a dos manos, para poner las cortas o para matar demuestra su tremenda categoría. Siempre se dijo que el mejor caballo era aquel que servía para todos los tercios. Ágil, flexible y artista, padreó durante varios años y muchos de sus hijos formaron parte de las mejores cuadras de los rejoneadores del momento.

-¿Tener caballos buenos de qué depende, de la cartera de cada cual, de la sabiduría, del trabajo…?

-De la sabiduría del jinete que debe conseguir que los caballos se acerquen al toro pero no se dejen coger. El caballo debe dejarse llevar pero, te insisto porque es muy importante, no dejarse coger, un caballo tonto o valiente/valiente no sirve. Tiene que tener un miedo capaz de ser dominado por él mismo. Sucede igual con los toreros.

-Se puede decir que hoy día cogen mucho a los caballos.

-Sí. El toro es menos agresivo que antes, se arregla mucho, el rejoneador arriesga más y de ahí viene el que te tropiecen mucho los caballos. El arte del rejonear es ponerse en el sitio.

-¿Cuál es el sitio?

-Aquel donde florece la moral. También sucede en el toreo a pie. Es ese sitio donde estando cerca del toro, éste se siente lejos y no te alcanza el caballo.

-Dices que se arreglan los toros más que antes.

-Y a mí me parece bien. El caballo no sabe si el toro está arreglado o no, por tanto que el toro vaya más en puntas o menos en puntas no da ni quita mérito. El rejoneo es someter al caballo a la voluntad del hombre delante de una fiera como es el toro, y se somete de la misma manera con el toro en puntas o con el toro arreglado. El mayor peligro de un toro en puntas no tiene sentido.

-Se dice que ahora se rejonea mejor que nunca, que se hace a caballo lo que no se hizo nunca.

-Yo creo que eso no es cierto. Quizás ahora se corra más de costado y se quiebra mucho a los toros pero en los tiempos de Los Cuatro Jinetes ya se hacía. Yo tenía un caballo, Mejanes, que era una maravilla galopando de costado.

-Los toros parecen más aplomados, quizás permitan hacerles más cosas.

-Seguro. Están más seleccionados. En aquellos primeros años para los rejones iban los que no quería nadie, los menos bonitos o los feos directamente. El día que corté las cuatro orejas y el rabo en Sevilla parece que se descubrió las bondades del encaste de Murube para el rejoneo. Son corpulentos, tienen un galope suave, tienen ritmo en las embestidas… y ahora todos piden murubes para el caballo.

-¿También los caballos están más seleccionados?

-También.

Defiende la bravura del toro de rejones, cualidad o mérito que tanto le niegan muchos aficionados. “Yo no quiero polemizar pero negarle la bravura a un toro de rejones supone ignorancia”, me dice, y avanza en su exposición argumentando que en la lidia ordinaria se hiere al toro pero se le quita la puya, en cambio el rejón se queda clavado y le tiene que seguir molestando necesariamente durante la lidia lo que supone un inconveniente que debe superar y que no tiene en la lidia a pie. Y ante el argumento de que el toro de rejones ataca más porque es menos castigado contraargumenta: “Sigue más al caballo porque mantiene más la ilusión de vencer. El caballo huye y ellos se vienen arriba. A pie, frente al picador, se les quita la ilusión de una victoria porque el caballo es una mole que no se mueve, eso es lo que pasa”.

FECHAS CON HISTORIA

En 1971 tuvo una actuación histórica en Sevilla, acaba de hacer referencia a ella, donde tras una faena memorable a un toro de Urquijo, fue premiado con un rabo. Era la primera vez que un rejoneador lograba semejante premio, que ya había alcanzado Joselito. Y la primera vez que puso en escena la suerte que él llama del caracoleo, que consiste en poner tres rosas al toro pero dentro de una misma arrancada porque es evidente que poner una rosa, irse del toro y volver para ponerle otra, no es lo mismo. En cierta ocasión el maestro, para evitar adulteraciones, me explicó que la suerte del caracoleo consiste en enroscarse la embestida del toro, en mantener su ilusión, que crea que puede alcanzar al caballo y no dejárselo alcanzar nunca. Todo ello en la misma embestida. Rotando alrededor de él, sin irse, hay que ponerle las tres rosas como sucedió aquel día entre el delirio general.

Fue tal la dimensión del triunfo sevillano que pasados los años el propio Ángel lo sitúa como uno de los tres momentos más emocionantes de su carrera junto a la concesión de las Espuelas de Oro en Wembley tras una exhibición ecuestre con el caballo Ruiseñor y la muerte de su padre, aquel labrador de La Puebla del Río que tenía para la labranza de sus tierras yuntas de bueyes y varias cangas de mulos y yeguas con los que el primogénito de la casa fue descubriendo una afición al caballo que había nacido con él. La noticia del fallecimiento le sorprendió momentos antes de hacer el paseíllo junto a su hermano Rafael en la plaza de Tomelloso, pese a lo cual decidieron actuar. Pidieron permiso para rejonear los tres primeros toros del festejo y salir a continuación hacia La Puebla para honrar al progenitor. Ángel cortó la oreja de su primero, en el que declinó dar la vuelta al ruedo, y por colleras los dos hermanos cortaron el rabo y abandonaron la plaza entre aclamaciones.

Otra de las facetas de Ángel Peralta ha sido su vocación docente. Muchos de los que quisieron abrirse paso en el rejoneo bebieron de las fuentes de la casa Peralta y contaron con su ayuda. El último caso ha sido la francesa Lea Vicens, una de las novedades más interesantes de la temporada que está comenzando. Cuando llegó al Rancho del Rocío queriendo ser rejoneadora, Ángel dice que no tenía mucha idea pero que le vio que tenía algo especial que le decidió a ayudarle. “Me dijeron que estaba loco pero yo le vi ese algo”, recuerda con tono orgulloso por su visión. La prueba consistió en darle un caballo medio, ni bueno ni malo, para ver cómo se desenvolvía y se desenvolvió bien, fue resolviendo los problemas que le presentaba.

-La prueba fue sin becerras, pero le vi ese algo que te digo y comenzó la formación. A Lea le pasó lo mismo que a mí, aprendió a montar a caballo al mismo tiempo que aprendía el caballo. Aprendían uno del otro.

Lea, me cuenta, cogió tres potros cerreros y ahora mismo dos de ellos son los mejores caballos que tiene.

-Desde el primer día comenzó a progresar y ahí la tienes, figura de esto. Tiene una gran habilidad con los caballos.

Le adivino cierta pasión paternal en los elogios, que no digo que no sean merecidos, pero esa pasión necesariamente debe brotar de un grado superior a lo profesional.

-A mí, como a todos los toreros, me hubiese gustado que un hijo siguiese mi profesión pero no fue posible. Fíjate la tradición de continuidad en las grandes familias portuguesas, todos los rejoneadores importantes han dado pie a dinastías que en algunos casos superan las tres generaciones. Y yo que he conseguido muchas cosas en la vida no tuve esa suerte, así que lo de Lea lo tomé como si fuese mi hija.

UN ADIÓS PENDIENTE

Seguimos destripando los momentos más espectaculares de la carrera de Ángel. El libro que editó con las ilustraciones de Capuletti a las que el centauro puso texto y se convirtió en una joya de coleccionista; el día que El Cordobés rejoneó con los dos hermanos en el festival de Medina de Rioseco. También me cuenta sus aventuras más románticas: “Que sepas que estuve en la cárcel por amor, por la relación con una mujer”, me dice, y me cuenta cómo fue la salida del trullo, donde le esperaba un grupo de caballistas para escoltarle, después de tres meses que incluyeron las navidades de aquel año. “No les dejaron acercarse a todos porque había estado de excepción que prohibía las reuniones numerosas y tuvieron que quedarse a distancia, pero sí me dejaron en la puerta mis caballos de rejonear que fue lo primero que me encontré al volver a la libertad”. Eran los tiempos en los que una mujer debía tener veinticinco años para poder irse con alguien sin permiso de su propio padre a riesgo de que te pudiesen denunciar como sucedió y a la protagonista de la historia le faltaba un año. La historia que mezcla huidas, conventos, visitas ocultas, cartas secretas y hasta la intervención de la Interpol, merecería por sí sola una novela de lo más romántica. Y finalmente me muestra la carta que El Melle, compañero de prisión, que en realidad se llamaba Alfonso Franco y se autoproclamaba “El pistolero más rápido de Sevilla”, mandó al mismísimo Franco sin mucho éxito por cierto –“Lo que cuenta es la intención”, apunta Ángel sonriente- ofreciéndose a cumplir condena por su amigo. “Si usted quiere me hago cargo de la condena de don Ángel”, se lee en la carta dirigida al general impertérrito que conserva cuidadosamente el maestro.

-Era buena gente El Melle. Le regalé un traje para que no pasase frío y cuando vi que no lo llevaba puesto le pregunté y me dijo que se lo había dado a un compañero que había salido de permiso y no tenía qué ponerse. Así era El Melle.

En la temporada de 1990 le partieron la pierna, en realidad la rodilla, los ligamentos, las costillas, la escápula, le afectó el pulmón… resbaló el caballo, Corinto se llamaba, le cayó encima y al levantarse le hizo el gran estropicio. Sucedió en La Zubia, pueblo de la provincia de Granada. Una vez recuperado siguió rejoneando soportando grandes dolores hasta que la prudencia y las recomendaciones médicas le forzaron a dejar de torear aunque nadie consiguió que dejase de montar a caballo. Llevaba cincuenta y cinco años de profesional y más de seis mil toros rejoneados. Para entonces ya era leyenda grande del toreo. Ahora sueña con poder estar en Las Ventas, a caballo naturalmente, con los Cuatro Jinetes de la Apoteosis, para confirmarle la alternativa a Lea Vicens, su penúltima aportación al rejoneo. “Espero que la salud me lo permita…”. La mente de don Ángel nunca ha dejado de ser joven ni mucho menos dejó de aspirar al éxito ni encontró límites ni temió a nada, así que doy por hecho que estará en Las Ventas.

Fotos: ARJONA

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