La vida, y este hermoso oficio de contarla, hace a veces poemas, leyendas y emociones por su cuenta. Yo, como la mayor parte de los periodistas, suelo borrar rápido lo que escribí ayer para poder contar lo de hoy. Pero en Santander, la feria de la consolidación de un sueño, la feria que se reinventó con el amparo de los políticos, fundamental por parte del ayuntamiento, está totalmente asentada de cara al futuro. Siete festejos con una distribución perfecta: uno de novilleros, otro de rejoneadores y cinco de toreros de a pie. De aquellos sueños convertidos en asentada realidad todavía hay un nombre y un hombre que sigue manejando la sala de máquinas de la feria: Constantino Álvarez, el que ha ordenado taurina y económicamente la vida y ascenso de esta feria en el bello, antiguo y remozado coso de Cuatro Caminos. El de arena negra y el de la afición fiel, donde hay un cuidado especial para los muy jóvenes que son los que aseguran el futuro. Y cada mañana de la feria hay algún evento a puertas abiertas para que los chavales se vayan empapando de la emoción y fuerza de la fiesta de toros.
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De Olivero a Timonero
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