Estamos en tiempo de novilladas. Septiembre, gracias a las iniciativas de un buen puñado de pueblos donde los políticos del pensamiento único no se atreven a meter baza, se ha convertido en la pasarela por la que desfilan gran parte de los chavales que sueñan con alcanzar la gloria de las ferias capitalinas. Ellos llegan (las comisiones locales) donde las grandes empresas no lo hacen salvo contadas excepciones. Tan relevantes son para el futuro de la Fiesta que uno lamenta a la vez que añora que su programación se concentre en el mes de septiembre dejando el resto de la temporada en manos de prácticamente la nada con la falta que hacen plataformas de formación y lanzamiento como lo fue durante tantos años la plaza de Valencia (también Zaragoza, Barcelona… y tantas otras) hasta que los intereses políticos secuestraron el coso valenciano la mayor parte del año para otras disciplinas que siempre fueron secundarias en un espacio que se donó y se levantó para ser plaza de toros.
En esos ruedos comparecían y se formaban las novedades que cada año, unos con más fortuna o tino que otros, habían descubierto los buscavidas y/o cazatalentos que no dejaban vereda o carril sin patear con el deseo de encontrarse con el mirlo que les facilitara una mejor vida propia y a la vez revitalizasen el toreo. Era gente con una fuerte carga de romanticismo capaces de embargar el colchón con tal de buscarle una oportunidad al chaval que los había deslumbrado. Van desapareciendo bajo la bota de un sistema al que le falta sentimientos y le sobran números y balances dando paso a gente que lo fía todo a la suerte, de tal manera que si sale cara, San Antón, y si es cruz pues ya te apañarás.
Y no solo se echa de menos a los cazatalentos más iniciáticos, también y sobre todo a los profesionales con más posibilidades, eran el siguiente eslabón, que montaban novilladas elegidas para que chavales como Palomo Linares, aquí los Dominguines y los Lozano, alcanzaran el sello de figura; o los Camará, mejorando novilladas para que Paquirri o Dámaso González, se consolidaran; o Pablo Chopera, para que Camino alcanzara las cotas de calidad que llegó a conquistar, o los Martínez Uranga, entregados a Niño de la Capea, o el siempre entusiasta y pasional Pepe Luis Segura, peleando para que los taurinos de la nueva ola respetaran a sus toreros. Hasta llegar a Curro Vázquez, considerado el penúltimo que ha ejercido de apoderado con el marchamo de solera, avalado por el gran trabajo llevado a cabo con Cayetano. A todos, a los de renombre y a los que se ganaron nombre y prestigio peleando por los campos y por las tapias y/o rebuscando en las plazas menores, se les añora, y mas cuando ves que chavales con posibilidades no reciben, salvo alguna excepción, el trato adecuado por las grandes empresas. Las nuevas ferias de los pueblos ayudan, son necesarias, pero no suficientes. Hay que reflexionar.