LA PÁGINA DE MOLÉS

El lector del abuelo

Manolo Molés
lunes 04 de enero de 2021

Leo la página de Benlloch en Las Provincias. Recuerdo desde pequeño que el abuelo “Basero” (esos motes eternos de los pueblos que marcan más que el apellido) recibía todas las mañanas el Mediterráneo de Castellón y Las Provincias de Valencia. El abuelo era el principal exportador de naranjas de la zona, con almacenes en Alquerías, Burriana, Sagunto, Valencia, en varios pueblos naranjeros hasta llegar a Alicante. El abuelo era rico, siempre con la blusa negra de la tierra, ojos azules y pelo blanco de cepillo. Exportador reconocido de naranjas a Cataluña, a Francia y a Alemania. Un emprendedor y millonario. Yo era su único nieto por parte de su hija y su hijo tenía cinco chicas. Era el único varón. Y les pagó un pastón a los curas de los salesianos de Burriana para que a los cinco para seis años me enseñaran a leer. Y así fue. Y así asumía el papel de lector del abuelo. Leía los diarios, leía las cartas, leía papeles de su negocio y leía el periódico donde ahora escribe Benlloch, Las Provincias. Ese era mi primer trabajo con el abuelo.

El segundo trabajo era viajar con él a los almacenes y a mediodía en Puzol, en Valencia, en Cullera o donde el abuelo almorzaba siempre con unos seis o diez exportadores o agricultores importantes. Yo comía aparte. Y al postre me tenían preparada una silla y, como no había tele, me subían en ella y contaba para empezar algo de actualidad que había leído en el diario y, era lo que más me gustaba, pedazos de la historia de Grecia y de Roma. Y añadía algo que había leído ese día en el diario Las Provincias. Y ahí, contado esto, es donde ahora leo a Benlloch, antes de que lo republique Aplausos. Todo eso pasó desde los seis años a los trece en que ya me liberé del abuelo. En el fondo no sé si le di las gracias o no de empezar a trabajar y a “predicar” la actualidad tan pronto. O justamente por ello acabé siendo, lo mismo que era con el abuelo, un periodista, contador de historias o novedades.

José María Manzanares salió muy bien de una entrevista en La Razón cargada de dardos interesantes y que resolvió con solvencia. Pero ya me gustaría a mí que a toda la grey de políticos, de gente famosa, de artistas, de futbolistas, millonarios y demás ralea les preguntaran con la licencia que ahora se pregunta a un torero. Si la medida fuera igual para todos me parecería cojonudo

Por eso esta mañana leyendo Las Provincias, que se vende en el quiosco cerca de casa en Madrid, me acordé del abuelo y de José Luis Benlloch gracias a su artículo. Y se me juntó la entrevista de La Razón a José María Manzanares, que salió muy bien de una entrevista cargada de dardos interesantes y que resolvió con solvencia. Pero ya me gustaría a mí que a toda la grey de políticos, de gente famosa, de artistas, de futbolistas, millonarios y demás ralea les preguntaran con la licencia que ahora se pregunta a un torero. Si la medida fuera igual para todos me parecería cojonudo, pero esas preguntas llevadas a su oficio no se hacen a políticos, a grandes empresarios, a gente principal. Ahora la leña es para la gente del toro. Así me gustaría para políticos, al mismo nivel, o por encima del torero protagonista. Y lo peor: desde el desconocimiento de los valores, las verdades, la importancia, la belleza, el valor, el riesgo, la personalidad de lo que hace un torero y de lo que significa un toro bravo. Que hablan de él como si fuera el perrito que tienen en su casa y al que, a ese sí, le hablan mejor que a la abuela, al hijo o a la influencer o youtuber de moda. Una empanada es lo que tiene mucha gente. Y una falta de respeto (y de conocimiento) a la fiesta de los toros. Al toro y al campo. A su bravura y cuidado, al riesgo y al mérito para llegar al temple, al mando, al gusto, a la torería y a mil cosas más que nunca entenderán (porque tampoco tienen ni gusto ni paladar para ello) camadas de minipolíticos cuyo único legado intelectual es pillar el sueldo de cada mes y que dure lo más posible. Claro que también hay, los menos, políticos a los que hay que respetar y honrar. Claro que sí. Los menos, pero los hay.

Nos ha crecido, y ese va a ser el enemigo peligroso, el lobby de los animalistas apoyado por grandes multinacionales que buscan generar nuevos modelos de consumo. Y sus dos objetivos a disparar contra ellos son: los toros y la caza

Este país ha tenido políticos de derechas y de izquierdas que respetaron y entendieron la Fiesta. Tierno Galván era tan de izquierdas como sensato y respetó la fiesta de los toros, siendo alcalde de Madrid puso en marcha El Batán para la gente del toro. Y mil ejemplos más. Aunque también es verdad que conozco a muy buenos aficionados y aficionadas que ahora, mandando y cobrando el sueldo del socialismo, andan tapaditos, callados y tragándose lo que fue su pasión. Qué pena de política. Claro que también los hay dignos y que no esconden su pasión por la Fiesta. Los menos.

Y nos ha crecido, y ese va a ser el enemigo peligroso, el lobby de los animalistas apoyado por grandes multinacionales que buscan generar nuevos modelos de consumo. Y sus dos objetivos a disparar contra ellos son: los toros y la caza. Y nadie, como no sea la gente del toro, explica que más allá de las cifras y los números, la tauromaquia protege un sistema medioambiental único y que asegura el trabajo de mucha gente. A todo esto hay que decir que hay partidarios y detractores de la Fiesta en todos los colores políticos. Pero ahora el maltrato viene de donde viene. Y punto.

Dependemos de los políticos y del tiempo y de la pandemia. Yo creía que éramos libres, pero tenemos ataduras por todas partes. Por eso acabo recordando la historia griega que me aprendí con siete años para contarla al abuelo. Recuerden esto: “El siglo de Pericles supuso el mayor auge en historia y cultura griega. Político y orador, aseguró la hegemonía de Atenas. Y llegó una generación grande por el esfuerzo de tantos hombres célebres que se dedicaron al cultivo de la cultura. La historia, la medicina, el drama, la comedia, la escultura, la filosofía, la literatura”. Esto le contaba a mi abuelo, el rico. Y ahí empezó mi trabajo.

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