DESDE EL ARENAL

El toreo y la prensa rosa

Carlos Crivell
miércoles 02 de diciembre de 2020

La avalancha de programas oportunistas sobre los herederos de Paquirri está siendo sencillamente nauseabunda. Es otro ejemplo de cómo algunas televisiones (Telecinco a la cabeza) utilizan el toreo solo cuando se trata de airear miserias o asuntos escandalosos. Es un escándalo por lo que tiene de manipulación y ocultamiento de lo verdaderamente importante en Paquirri: su calidad como torero. Cualquiera con menos de cuarenta años que se ponga delante de la televisión a tragarse estos programas puede sacar la conclusión de que el torero de Barbate es famoso por ser el padre de Kiko Rivera o porque se casó con la madre de Chabelita.

Es el eterno debate de la prensa rosa y su desembarco en la fiesta de los toros. Es evidente que hay una especial atracción de ese tipo de prensa por el traje de luces. Aunque conviene recordar que muchas veces esta atención desmesurada ha sido cultivada por los propios protagonistas. Son esos casos en los que el personaje se ha comido al torero.

Por ejemplo, Jesulín de Ubrique. Con su historia a cuestas, Jesulín de Ubrique ha mantenido a un montón de personajillos que viven a costa de sus andanzas. Jesulín es un potente motor económico de la prensa rosa. Su temple y capacidad ante el toro han quedado eclipsadas por otros asuntos. Y es una pena que en muchas ocasiones el propio torero lo haya alimentado con su comportamiento.

El toreo es muy atractivo para los cotillas de la televisión. Y lo exprimen hasta dejarla sin jugo. Lo que hubieran disfrutado si los asuntos de Rafael El Gallo con Pastora Imperio, los de Manolete con Lupe Sino o los de Luis Miguel con Ava Gardner hubieran sucedido en nuestros días

Para los aficionados no hay dudas sobre la valía de los toreros. Para el público en general son personajes populares. Es el caso de Ortega Cano, sobre cuya vida en los ruedos se escribe poco, pero es público y notorio todo lo que hace el torero, sus parejas y sus descendientes.

Por eso me apena el último caso que estamos viviendo con Enrique Ponce. Mucha gente se ha enterado de la existencia de un matador de toros así llamado porque se ha separado de su mujer y se ha ido con una joven veinteañera. Y como siempre ocurre, parte de culpa la tienen los mismos protagonistas. Ponce no tiene ninguna necesidad de publicar fotos sobre su vida privada. Ni Ponce ni su joven acompañante. Se ha puesto en el escaparate para convertirse en carne de la prensa barriobajera, mientras que la masa ignora quién es el matador de toros de Chiva. Es el signo de los tiempos.

El toreo es muy atractivo para los cotillas de la televisión. Y lo exprimen hasta dejarla sin jugo. Lo que hubieran disfrutado si los asuntos de Rafael El Gallo con Pastora Imperio, los de Manolete con Lupe Sino o los de Luis Miguel con Ava Gardner hubieran sucedido en nuestros días. La vida privada es sagrada y no debe modificar la valoración de un torero, pero a estos se les debería pedir más cautela a la hora de exponerse con idas y venidas que solo consiguen enturbiar la trayectoria de la que es su profesión: toreros.

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