Hay vidas de paso y vidas de estar. Madrid se acostumbra poco a poco a hacernos la vida de paso. Para estar, apenas nos queda el barrio, en donde un buenos días lleva exactamente esa intención. Se acompaña con una mirada que sabe a cafelito con churros. El barrio es ese sitio que pone el pasillo en el kiosco, la sala de estar en el bar de la esquina y tu gripe la conoce el portero de tres fincas más adelante. Hay barrios que están y luego los que se hacen. Por ejemplo, Las Ventas era como un gran barrio de aficionados, donde tu gripe también se conocía, y las notas de los chicos, y la penúltima novia. El toreo era nuestra vida para estar, teníamos un barrio alrededor del asiento, el buenas tardes acompañado de una mirada que decía buenas tardes. Sin dejar hablar a la melancolía, a esos barrios los derribó la especulación voraz de una vida rápida, una virtualidad que cambió el buenos días por un murmullo de simio acompañado por una mirada de alienígena.
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