Las cornadas de la vida muchas veces son peores que las que te da el toro. Produce una enorme tristeza que se vaya un hombre joven como El Pimpi, que pudo ser un grande en su oficio de picador, y además con un final oscuro, trágico, posiblemente evitable. Pero así de puñetera es la vida y sus vericuetos a espaldas de la grandeza de este oficio. Porque junto a las tinieblas centellean los éxitos de un torero como Julián López “El Juli”, que está rematando su mejor temporada. La mejor y la más rotunda, redonda y profunda de toda su dilatada y exitosa carrera. Ese es un hombre feliz que ha encontrado su tauromaquia, que la disfruta, que la practica, que la multiplica y que la impone a casi todos los toros. Ganar dinero es difícil, estar un montón de años en las ferias es casi imposible pero si encima alcanzas, alguna vez, la alta temperatura en la que se cuecen nueve meses implacables, apabullantes, explosivos, indiscutibles, entonces te podrás sentar a la altura de El Juli.
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