BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Enrique Ponce hace magia y Navalón se proclama sucesor

José Luis Benlloch
domingo 29 de septiembre de 2024
El maestro de Chiva abre por quinta vez la puerta grande de la capital

Tronaba el “Valencia” de Padilla en la tarde ya caída y otoñal de Madrid. Batían palmas y de qué manera, aficionados, devotos y público en general. Afloraban las emociones, nadie se quería ir de la plaza. Orgullo valenciano en el foro madrileño. Lágrimas, abrazos, apoteosis, las acritudes a la espera de mejor ocasión. Madrid tiene corazón, pensé. La capital rendida. Así se cierra una vida de torero. La gran referencia de la tauromaquia valenciana había escrito el último eslabón a su leyenda. Bueno, será el penúltimo. Decenas, cientos de entusiastas habían saltado al ruedo para alzar en hombros al maestro. La figura menuda de Ponce se balanceaba cual si fuese un traslado mariano. Mayo en octubre. Valencia en la capital. Una plaza, la de la Virgen por otra, la de Las Ventas. Se lo contaré a mis ahijados.

“Samuel Navalón, resiste al triunfo del padrino, corta una oreja y clama sus opciones sucesorias en su confirmación de alternativa”

Nada fue fácil ni regalado ni caprichoso en ese triunfo. La última gran obra del maestro de Chiva se había construido a pulso, fue una exhibición de saber estar, de fe, cuando parecía que no iba a poder ser, el juampedro se mostraba remiso a todo, en ese momento la obra comenzó a crecer y a crecer. El natural dormido, el derechazo mandón, la poncina, la fantasía de un recorte como recurso y hasta la estocada final. Ponce estoqueador cual si se transmutase en Rafael Ortega. La santa inspiración en el momento justo. Una combinación de magia, maestría, serenidad, valor, dominio del escenario, un torerazo en trance de despedida que parecía pelear por el futuro.

“Al chivano lo procesionan por el ruedo como en un traslado mariano y lo sacan en volandas hasta la calle Alcalá”

“¡Crúzate!” le gritaron desde el 7 y Ponce, que momentos antes había pedido calma, se echó la pañosa a la zurda y se fue al pitón contrario, ¡a donde diga usted! el pecho por delante, de frente. ¿Es aquí?… pareció preguntar en desafiante gesto. La plaza, incluso el 7 asintió, y ya todo fue un clamor. Ese fue Ponce en su despedida de Madrid, de malva y oro, guiño la mar de madrileño, voluntario o sin querer (no lo sé) al maestro Antoñete. Sucedió el día que aquel chico de Chiva, al que auspiciaba el abuelo Leandro, medio siglo de torero le contemplaba, había consumado su quinta puerta grande, la quinta puerta de Alcalá. Marcaba el reloj venteño las ocho y media y a Ponce, ya sin alamares, roto, exhausto de gloria, al grito de “¡torero, torero!” lo seguían procesionando por la esplanada de lo que llaman la Moncloa del toreo. Era la justa recompensa a una vida de torero.

Y ahora Navalón

No fue la única alegría de la tarde. Si Ponce se va, Navalón llega. Viéndole tan firme, tan sereno, tan valiente, en su primero, el de la confirmación de alternativa y más todavía en el segundo, cuando el huracán de las emociones poncistas ya había descargado sobre la plaza y había que poner al público de nuevo en ebullición. Y vaya si lo hizo. Ni un paso atrás, ni una debilidad, el corazón caliente y la cabeza fría, la presión por montera y los pies firmes. Sin complejos. A esas alturas había quedado blanco sobre negro que este Navalón había asumido el desafío de Madrid con todas las consecuencias. Venía el toro midiéndole y el ayorino le aguantaba el pulso en un acto de fe total, encomendado al mando de sus muñecas y así una vez y otra, sin brusquedades, con firmeza y ritmo, hasta que el de Juan Pedro lo atrapó con las peores intenciones. Lo derribó, pero no le venció. De nuevo en la cara del toro le contraofertó firmeza y ambición al natural. Prolongó la faena con unas emocionantes bernadinas y la estocada final fue justo y adecuado broche que le puso la oreja en las manos a la vez que le abría las puertas del futuro.

“Si Ponce se va, Navalón llega. Viéndole tan firme, tan sereno, tan valiente… ni un paso atrás, ni una debilidad, la presión por montera y los pies firmes.”

Ya pudo cortar la oreja en su primero, al que recibió a porta gayola. A ese le cuajó otra faena de buen pulso, ayuna de nervios, sobre todo con la mano derecha, que prolongó en exceso, detalle que estuvo a punto de costarle un disgusto. Entre que el toro no cuadraba, la calma con que se lo tomó, las prisas de un presidente en mandar recados, o el hombre debía haber quedado y tenía prisa o comenzó a contar el tiempo no se sabe cuándo, el caso es que tras un pinchazo y una estocada le mandó dos avisos y a punto estuvo de caerle el tercero. Increíble.

Fue el mismo presidente, un tonto, con perdón, que se negó a devolver el primer toro de Ponce que se había partido un pitón contra el peto. Fue una aplicación del reglamento contra los intereses del público, de la fiesta, contra la lógica y contra quien se le pudiese poner por delante. La lio y nos pispó la mitad del argumento de la tarde. Así que Ponce tuvo que comenzar y acabar su faena casi a la vez, mientras atronaban los gritos de “¡fuera del palco, fuera del palco!” Se referían al usía zoquete.

David Galván, que completaba el cartel, tuvo un momento fantástico en su primero. Un arranque de faena precioso, suave, distinguido por trincherillas de muñeca suelta y mucho mimo y una seria de naturales con la misma cadencia. Seguidamente se paró el toro y salvo muletazos sueltos no hubo más. Su segundo no le dio opciones.

Acabando esta crónica tanto la obra excelsa de Ponce como la declaración de voluntad sucesoria de Navalón, corría de tertulia en tertulia. Camino de Valencia me apetece escribir aquello de: “¡Poder Valenciano en la capital!…” poder taurino, claro, tomen nota quien deba tomarla.

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