La semana se puso mohína. O peor. Se encabritó. Si esto fuese un parte como decían los antiguos, tras las señales horarias -ese es el estilo político al que se vuelve- engolaría la voz para anunciar que las borrascas cubren todo el territorio peninsular y más que hubiese. Han sido días de ciclones y bajas presiones que en realidad eran altas y cabronas. Los periódicos iban completando paso a paso el puzle Frankenstein de un gobierno que a la hora de cerrar, esta semana se ha precipitado todo, a la hora de cerrar esta columna decía se antojaba inevitable y los malos augurios se cernían sobre el mundo del toro y más allá. Y no es que me quiera meter en política, siempre escuché que esos menesteres no traían nada bueno sobre todo en cuestiones taurinas, pero los pronósticos son tremendos y aunque nada me gustaría más que equivocarme, la cosa va trasmutando en el horizonte inmediato del cárdeno oscuro al negro zaino. Y ante esa situación general seguramente hablar de toros y las consecuencias que puede suponer para la tauromaquia esta deriva es cuanto menos una frivolidad pero la riada está ahí mismo y este es un medio que trata de la cuestión y tiene la obligación de alertar por si alguno sigue in albis.
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