Crecen y habitan en el mundo del toro a su manera. Son otra raza, otra estirpe, o están en la gloria o están en el infierno. Lo del purgatorio no va con ellos. Habitan los extremos como los genios o los bohemios. A veces brillantes, a veces ausentes. Con champán o cicuta pero siempre con ese punto de torería que les distingue. Yo les huelo porque viví muchos años con Chenel, que era, siendo tan puro y tan clásico, tan grande y tan bueno, un manojo de contradicciones. Igual estaba en el techo que en el suelo, en la gloria de los triunfadores o en el averno de los olvidados. Son gente que no tiene término medio y si lo tiene, es mentira que en ese término medio esté la virtud. Falso. La virtud, al menos de torear como los ángeles, la poseen estos personajes que de cuando en cuando descienden al averno.
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