Blanquet, el hombre de Gallito, el único al que el Rey José llegó a ponerle un toro en suerte para que banderillease, en Madrid nada menos y también en Valencia en aquellos festivales a favor de los obreros en los que el peón -qué feo suena- actuaba de matador y el matador le lidiaba el becerro; tras Blanquet o a la vez llegó Morenito de Valencia, del que todos dijeron siempre que fue el mejor y si Enrique era hombre de José él fue hombre de Juan, Belmonte claro, dos valencianos en las cuadrillas de dos sevillanos en tiempos en los que no era nada fácil esa interrelación aunque solo fuese por razones obvias de proximidad. Tras ellos, por hablar solo de los más grandes, Alfredo David, que si empezó con Granero, siguió con Barrera, con Félix y sobre todo con Manolete, quien al llegar a la plaza le gustaba que el valenciano le diese la mano para salir del Buick. De Manolete se fue con Luis Miguel y le siguieron Diego Puerta y otros muchos en una carrera más que longeva de un hombre que tenía carisma; todos le recordamos llegado julio, sentado en el City frente a la plaza, con su señora, donde recogía saludos y plácemes de todos los que sabían quién era David y el que no lo sabía… entendíamos que no era de este mundo, y lo recordamos igualmente en una barrera de la plaza, nada de callejón, donde recibía brindis y homenajes.
Coetáneo de él estaba Alpargatero que también fue con Granero, con Félix, con Torres pero su matador de referencia y su maestro del alma fue Domingo Ortega en tiempos de Manolete y acabó con Pablo Lozano y a diferencia de su competidor siempre vivió en Valencia, en Villamarchante para ser más exacto, con estatus de labrador acomodado. Fue mi amigo y mi instructor, con el que aprendí la importancia del temple, de la colocación, de matadores y banderilleros, supe que Moreno era el mejor, entendí que dos gallos en el mismo gallinero no tenían convivencia posible, que era lo que le pasaba a él con David a los que nunca logré reunir ni siquiera arrancarles una palabra de reconocimiento del otro, al contrario: ¡Un torerito! te contestaba Alfredo cuando le preguntabas por Enrique, que no era muy diferente de la ironía de éste: ¿David dices?… saltaba bien la barrera.
Luego vinieron muchos buenos. Ferrer, el malogrado Marzal, Moncada, Celis, Pepe Martí, Guillem, el poderoso Capilla y Honrubia, que fue sin duda el más artista, un hombre genial, llegaron Pepe Luis Díaz, Copete, su hermano Cani… (seguro que hubo más) pero Manolo lo resumió todo, la colocación, el poderío, la prestancia en la plaza, era de los que llenaba el escenario, tenía las maneras artísticas de su amigo Honrubia y una empatía que le convertía en un líder. Y por si acaso había dudas de por qué fue el mejor o tanto como el mejor, llegó la tarde infausta de Sevilla, de eso hace hoy 28 años, la tarde en la que les ganó la mano a todos. Nadie hubiese querido que pasase pero si tenía que pasar… siempre pensé que debía ser allí y así. No hubo escenario, ni momento, ni entorno más gloriosamente torero: la Maestranza, la Feria, la tele, un maestro de referencia, un par de banderillas en la mano, el corazón partido… Ese día, como José a Juan, les ganó la mano a todos los grandes de su tierra. Yo no sé si los nietos -se los perdió- llegarán a entender quién fue su abuelo más allá de la estatua de la plaza de Valencia, pero por si acaso un día leen este escrito que sepan que fue el más grande en lo suyo, un torerazo imposible de olvidar para quienes le disfrutamos, y más que un amigo para mí y para muchos.