Que en este San Isidro, que ya ha entrado en su último tramo, está ocurriendo algo distinto es innegable. Las cosas no han discurrido por los cauces acostumbrados. De entrada, un público que comenzó como en estado de cabreo, ha acabado entrando por los cauces del sentimiento, dejándose llevar por las emociones de faenas realizadas por toreros para los que el toreo no es el sota, caballo y rey encorsetado en la norma que en ocasiones acaba matando el arte. Ahí está la tarde de Ferrera. Pero es que antes ya habían apuntado en esa dirección la naturalidad, el temple y la cadencia de Pablo Aguado. Es cierto que también se han producido actuaciones en las que el “caja o faja” se impuso al sentimiento, pero tengo para mí que esta Feria de San Isidro en Las Ventas está apuntando hacia la resurrección del toreo como un sentimiento del alma por encima del romance de valentía.
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