Manolo Vázquez había tomado la alternativa en Sevilla de manos de su hermano Pepe Luis y en presencia de Antonio Bienvenida en 1951. Retirado desde 1965 y tras una tímida reaparición para tres tardes en 1968, reapareció en 1981 para dar la alternativa a su sobrino Pepe Luis Vázquez. Tras cuajar buenas actuaciones esa temporada, siguió en los ruedos la siguiente donde logró salir por primera vez por la Puerta del Príncipe en la tradicional corrida del Corpus de Sevilla. Ese 12 de octubre de 1983 firmó un adiós irrepetible, tras una gran actuación, logrando salir nuevamente por la Puerta del Príncipe.
Manolo Vázquez dio toda la tarde una prueba más del prodigio de su toreo. Con su primer toro, de Juan Pedro Domecq, que se quería quedar en el muletazo, ligó unas excelentes tandas llevándolo muy largo sobre la mano derecha. Con el quinto, un animal manso, tras brindar al respetable, se puso en corto y llevándolo muy tapado le hizo tragar unas tandas en redondo, siendo su última gran gesta. Tras finiquitarlo de buena estocada logró otra oreja.
La apoteosis llegó con el tercer toro, Clarines de nombre, marcado con el número 80, anovillado de tipo y terciado. Embistió como si su dueño lo hubiera amaestrado con docilidad, alegría y nobleza. Toro ideal para genializar el arte del toreo, y con él, Manolo Vázquez realizó una faena antológica.
Emilio Parejo escribía para Diario 16: “La faena del arte más exquisita llegó con el toro tercero. No se vio nada con el capote y el de Manolo González parecía por su falta de clase en el caballo que no iba a servir. El Brujo debe saber y bien que los toros de este encaste que se portan como mansones en el caballo luego van y vienen con dulzura en la muleta. Eso ocurrió y todavía estaría cuajando la faena, moldeando su obra maestra, el artista que se nos fue. Esta faena la había brindado a su hermana Lola. El de San Bernardo apareció más transformado en la muleta en las manos y, al citar con la derecha, la cambió a la espada y salió este muletazo cambiado, único, distinto, que sabía dar a los toreros de antes. Hubo ligazón y toreo siempre como meciéndose en cada pase. Aquí sí se estiró en el toreo suyo, en ese monumento de pase natural cuando adelante la muleta y se dejó pasar el toro por las taleguillas, embraguetado, dominador y con esencias. La plaza de la Maestranza se convirtió en un manicomio. Las ovaciones aumentaban en clamor cuando superaba las tandas y remataba con el pecho. Todo lo realizó en un palmo. Sin estridencias. Con pausa y serenidad. Relajado y pensando en el segundo en la cara del toro. Como es el toreo de los maestros de siempre. Pinchó antes de una entera caída y cortó las dos orejas”.
Al madrileño Antoñete no le resultó redonda la tarde. Enlazados sus múltiples torerísimos destellos, fueron un digno complemento a la apoteosis de Manolo. Destacar unos bellos lances con el capote y una media con ceñidísimo encanto marca de la casa. Con más acierto estoqueador le hubiera cortado la oreja a su primero.
Con lleno de “No hay billetes” se celebró la tradicional Corrida de la Cruz Roja en la Real Maestranza de Sevilla, coincidiendo con el día de la Hispanidad. Se lidiaron dos toros de Juan Pedro Domecq (1º y 6º), dos de González Sánchez-Dalp (2º y 3º) y dos de Núñez Moreno de Guerra (4º y 5º), destacando el noble tercero que fue ovacionado en el arrastre. Manolo Vázquez (oreja, dos orejas y oreja) y Antoñete (ovacionado en sus tres toros). Al término de la corrida y después de que Manolo Vázquez hijo cortara simbólicamente la coleta a su padre, el torero, roto por las emociones, fue izado en hombros y salió por la Puerta del Príncipe.
La prensa taurina se hacía eco del gran triunfo del sevillano. Filiberto Mira escribía para Aplausos: “Manantial de arte excelso el inspirado trasteo al tercer toro”.
