Juan Ortega ha pasado de estar ausente la temporada pasada en la Feria de Fallas y también en la de San Isidro, a ocupar en la presente puestos de relevancia en ambos abonos. Era lógico que se enmendara lo que, en su momento, prensa especializada y aficionados tildaron de desacierto. Al final se ha impuesto la coherencia, esa que suele acompañar a los toreros cuando se justifican frente al toro con torería como la que desplegó, sólo como muestra excelsa, en la coqueta Malagueta la pasada temporada en la corrida Picassiana que se celebraba con motivo del 50º aniversario de la muerte del genio malagueño.
Fue en el quinto de la tarde, con un buen toro de Núñez del Cuvillo, cuando Ortega cinceló una faena de las que quedan grabadas para siempre en el imaginario de los buenos aficionados. Por tanto hay que apresurarse a desmentir esos comentarios maledicentes que apuntan a que en la contratación y buena colocación para estas dos ferias ha debido pesar el hecho de que ahora, después del episodio que le tocó vivir con la no boda, interesa mucho más el espada sevillano porque ha subido su ratio de popularidad.
Quienes así se pronuncian es porque, o no conocen la calidad y aceptación entre los aficionados de este singular espada, o porque quieren zaherirle o restarle méritos. Un desafuero tabernario más de los muchos que en el mundo de los toros abundan cuando no se sabe si un toro tiene cuatro o cinco patas, lo que viene sucediendo con más frecuencia de la deseada entre quienes se atribuyen etiqueta de aficionados.
El hecho ha sido que verlo anunciado en Valencia, en fecha tan señera como la del 18 de marzo, junto al dinástico Cayetano, y la revelación que está siendo el joven Borja Jiménez, ha coadyuvado a que se genere gran satisfacción entre la afición. En cuando al ciclo madrileño está acartelado igualmente con máxima categoría al tener como compañeros a Alejandro Talavante, Tomás Rufo, Diego Urdiales o Pablo Aguado. Lo dicho, de ausente a muy presente.