En junio ya aprieta la canícula en toda la península. Hasta en el campo charro, cuyo final de invierno se alarga un paso más como un toro de Núñez en la muleta. El campo sigue radiante en Salamanca y los toros no tienen queja alguna. En la tierra florecen los resultados de un invierno lluvioso y húmedo, pues alguna ventaja debía tener tanta agua. Tan buen color de cara luce Espino Rapado, la dehesa que el Niño de la Capea moldeó a su forma y gusto, con empeño, ilusión y no poco sudor. Situada en el término de San Pelayo de Guareña, a pocos pasos de la capital del Tormes, esta finca es la cuna de un encaste, Murube-Urquijo, que ha vuelto a recobrar su importancia de la mano de Pedro Gutiérrez Moya.
“Es un encaste de lo poco que queda puro. No ha tenido influencias de ninguna otra ganadería ni en refrescos ni en cruces”
“El secreto de la ganadería es tener criterio selectivo. Para la muleta, el toro debe tener las mismas características que para el caballo: fijeza, acometividad y ritmo”
“Es un encaste propio. Mi toro tiene una humillación que no tenían los últimos murubes y se entrega más en la pelea”
“Está más afinado, tanto en cabos como en la cornamenta y han desaparecido los toros acarnerados”
“Haber hecho yo esta finca demuestra que uno tiene alma de trabajador además de artista”
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La cuna charra del murube
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