La emoción. Pronunciada por ciertas bocas, da miedo. Salidas de algunas gargantas, da miedo. Porque sólo se emocionan igualando emoción al miedo. Pero nada somos sin emocionarnos, el toreo es emoción o no lo es. Y en un extraño San Isidro, luego de tres cuartas partes casi del mismo, caminamos hacia la última semana buscando algo que nos agite y que no nos agüite. Emoción. Porque no ha habido tanta. O quizá sí. Pero el aficionado suele ser cainita con ella. Tras vivirla, la analiza, la desmenuza, la tritura, y la pasa por el traductor pésimo que es el cerebro. Para ningunearla, creyendo que con ello reafirma su poder o su sabiduría.
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