BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS
Luis Miguel y Ordóñez, en el paseíllo del mano a mano del Verano Sangriento. Foto: APLAUSOS/FINEZASLuis Miguel y Ordóñez, en el paseíllo del mano a mano del Verano Sangriento. Foto: APLAUSOS/FINEZAS

La Feria de Julio, la batalla taurina que va perdiendo Valencia

José Luis Benlloch
lunes 26 de julio de 2021
En su tiempo de toros más tradicional, a los aficionados solo les queda la resaca del pliego

Llegadas estas fechas, Valencia, juliol, bous, berenar i festa en el recuerdo, los labradores acudiendo a la plaza a recompensarse de los esfuerzos a los que obligaba la dureza de un año de trabajo, los urbanitas que se sumaban a la cita, los forasteros, entonces no les llamaban turistas ni se les despreciaba, llegaban a la capital con el mismo objetivo, ir a los toros. Ese era el ambiente desde el último tercio del siglo XIX que perduró hasta no hace tanto y uno necesariamente se llena de nostalgia -también de rabia- y echa de menos, a la fuerza, lo que fue la Valencia taurina. Miras al norte y sientes el aguijonazo de una envidia sana si es que la envidia puede ser sana, y allí aparece Santander, la feria emergente ya consolidada que supo desde su calificación administrativa como de segunda categoría competir con la gran Valencia de primera y su feria de Julio, con una estrategia inteligente dirigida también en este caso a la promoción de la ciudad y su sector hostelero. Lo ha hecho con gran éxito, tanto que hubo años en los que al no hay localidades en la plaza cántabra le acompañaba un no hay habitaciones en los principales hoteles de la ciudad. El ascenso duró años pero no desfallecieron, entendieron el grado de dificultad justa en lo que respecta al toro que correspondía a sus gustos; lo entendió la autoridad, que alcanzó una equilibrada relación con los profesionales -nada parecido a lo que ocurre en Valencia-; se llevaron a sus lares las fuerzas mediáticas que históricamente cubrían con sus crónicas el julio valenciano para que proclamasen al mundo las excelencias de su plaza montañesa, de su clima y de su estilo de vida en una estrategia que ha persistido hasta consolidarse, y este año más que nunca, incluso por encima de la pandemia, muestra al mundo lo que es capaz de alcanzar el bien hacer y la voluntad política, claro. Plaza llena, perfecta organización sanitaria, la primera autoridad de la capital en una barrera, radios, televisiones, prensa escrita, RRSS mostrando al mundo una ciudad en la que cabe el sentido común, la convivencia y la economía.

Santander con un perfecto plan de promoción y acogida se llevó la atención mediática hacía su feria

Mientras, en Valencia, cuando Julio va camino de las tablas, el toreo encuentra las puertas cerradas en la plaza y es evidente que también en las instituciones con la salvedad de la Diputación, que resiste ante los embates de las corrientes extrañas y se acoge a la reflexión belmontina del “se hará lo que se pueda, se hará lo que se pueda don Ramón”, con la que el Pasmo de Triana, Belmonte, respondió a Valle-Inclán cuando en una alocución pública le dijo que para ser perfecto solo le faltaba morir en la plaza. Hay que confiar en no llegar a ese extremo fatal, no hace falta morir ni física ni literariamente, basta con que nos respetemos. ¿Saben lo qué es?… lo de respetarse, digo, pues eso. De momento, con el futuro de lo más incierto, no se sabe con seguridad “si lo que se puede” va a ser suficiente para devolverle a Valencia la hegemonía taurina de sus ferias, los aficionados se alimentan de la resaca de un concurso de adjudicación de la plaza que los empresarios con sus ofertas desbocadas han convertido en una bomba de relojería, no exactamente porque el ganador pueda teñir sus números de rojo que allá cada cual con su bolsa, sino porque en esas derivas los primeros damnificados suelen ser la calidad de la programación y las bolsas de los más humildes, y en ese ambiente la remontada no sería posible ni aunque resucitase Belmonte. Por todo ello, la Fira de Juliol es la batalla taurina que perdió Valencia. Habría que pensar que solo por ahora.

Ortega a hombros de los milicianos llegados desde Borox. Foto cedida por Luis Vidal

Ortega, a hombros de los milicianos llegados desde Borox. Foto cedida por Luis Vidal.

La primera feria

Los toros fueron atracción principal desde que la iniciativa oficial, principalmente el ayuntamiento, -¡qué contraste con la actualidad!- y también la particular, pusieron en pie la experiencia de la Fira de Juliol allá por 1871. Se trataba de llegados los rigores climáticos del verano, retener a los valencianos en la ciudad y salvar la economía, fundamentalmente para el comercio de la ciudad. Fue una experiencia de lo más exitosa. Se convirtió en un antecedente de las ferias actuales por su extensión, llegaron a celebrarse hasta doce espectáculos mayores, el coso abría sus puertas tarde y noche a plaza llena con corridas de toros y espectáculos cómicos y musicales, y sus carteles estaban copados por las principales figuras del momento. Largatijo, el Guerra, Fabrilo…, tiempos en los que una vez en Valencia, para qué moverse, las figuras se quedaban en la ciudad y se repartían todas las actuaciones. Así hasta llegar a los tiempos de Joselito y Belmonte, que siguieron la estrategia tal y como sucedió en 1919 cuando en las tres primeras tardes se repitió la terna de espadas: Rodolfo Gaona, José Gómez “Gallito” y Juan Belmonte nada menos. En la cuarta de feria, los mandamases Gallito y Belmonte volvieron a compartir cartel, en esta ocasión con Ricardo Anlló “Nacional” y en la siguiente, quinta de feria que cerraba abono, volvió a comparecer la pareja, esta vez con Manolo Belmonte y Sánchez Mejías, que en realidad era una combinación de rivalidad familiar, que los aficionados entendieron como compadreo o tráfico de influencias dado que ni el hermano de uno ni el cuñado del otro tenía rango para estar en la feria. En realidad nada nuevo en las composiciones de carteles.

Los empresarios con sus ofertas desbocadas han convertido en una bomba de relojería la gestión de Valencia

Con ese planteamiento de anunciar a las principales figuras se siguió a lo largo de los años. La edición de 1921 en plena debacle patria con los desastres bélicos de Marruecos al fondo, fue otra de las históricas. En este caso, muerto Joselito, la pareja que actúa todos los días de feria es Belmonte y el valenciano Manolo Granero, que los aficionados de toda España habían proclamado como el heredero del ídolo caído. Su éxito es tal que aquella feria quedó para la historia como la feria de Granero, triunfo que no se pudo repetir nunca más porque el mayo siguiente sería él quien cayese mortalmente herido en Madrid.

Hubo otras ferias de gran fama, como la de 1942, en la que Manolete impone su hegemonía y dona los trofeos económicos a instituciones benéficas y el capote de paseo para hacer un manto a la Virgen. Otras que incluso van más allá del mundo taurino como la que dio pie a uno de los capítulos del Verano Sangriento de Ernest Hemingway, la tarde en que rivalizan Luis Miguel y Ordóñez. Todo ello sin olvidar la feria de 1950 con Litri y Aparicio, entonces novilleros que torean todas las tardes o los años gloriosos de Ordóñez, Camino, y, más tarde, Soro, Ponce o Barrera, que tomó la alternativa en el abono de 1994.

Más allá de colores e ideologías

La gran acogida que Valencia le dio durante tantos años a la feria no fue cuestión de banderas ni colores políticos. Sus tiempos de esplendor coincidieron con las monarquías de viejo cuño incluso con las nuevas, también con los regímenes totalitarios y se elevó a lo más alto en tiempos de la República cuando toreros como los valencianos Vicente Barrera y Félix Rodríguez junto a los Domingo Ortega, Manolo Bienvenida, La Serna, Marcial o el mejicano Armillita, entre otros, protagonizaron una de las épocas más brillantes del toreo con Valencia y su feria como gran escenario.

Al margen de ideologías: la feria de Valencia alcanzó momentos cumbres con todos los regímenes

También hubo toros el primer año de la Guerra Civil, en realidad los hubo mientras hubo toros que lidiar por cuanto las ganaderías habían quedado en otro lado de la  contienda. Aquellos festejos del 36 a favor y bajo el control de organizaciones obreras, con la plaza rebosante de público, los torearon nada menos que Vicente Barrera y Domingo Ortega, además de otros diestros valencianos como Enrique Torres o Manolo Martínez y el mismísimo Llapisera, un cómico genial que alcanzó una destacada posición en la sociedad valenciana, participó en aquellas organizaciones sin olvidar al fotógrafo Pepe Cerdá, entonces novillero de lo más prometedor, todos ellos luciendo monos de obrero en lugar del vestido de luces.

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