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Samuel Navalón, gran fiesta en Ayora I VICENTE CANELLESSamuel Navalón, gran fiesta en Ayora I VICENTE CANELLES

La gran fiesta de Navalón

José Luis Benlloch
domingo 11 de agosto de 2024
En su presentación en Ayora cortó siete orejas y un rabo y se lo llevaron en volandas

Ayora fue una fiesta. La fiesta de Navalón. Justamente. Así que objetivo cumplido. Triunfó el torero con justicia. Lo hizo con la disposición que corresponde a un novillero y con la solvencia de quien está en puertas de la alternativa. Triunfó el público que se lo pasó en grande, motivos tuvo. Triunfó el ganadero de Casasola que envió cuatro grandes novillos, sobrados de nobleza y clase y si su dicha no fue completa es porque cabe pensar que le hubiese gustado, a nosotros también, que tuviesen más fondo de casta, pero en compensación, si esa es la medida tendrá clientes en abundancia. Triunfó la organización, aunque un alguacilillo no hubiese estado de más, no hubo incidentes en una perfecta lección de civismo y ni qué decir del triunfo de la banda de música, sobre todo del trompeta, lamento no saber el nombre, que con una mano en las válvulas y la otra sujetando la partitura, atronaba el ambiente con sus solos y acababa de emocionar al personal por si alguien se distraía, y hasta entró en competencia con El Soro. que no podía faltar y no faltó. Solo fracasaron los anti con sus actitudes y declaraciones descalificadoras previas, como si solo sus gustos tuviesen derechos y también alguna institución que se empeñó en poner sus pegas, que si esto es una vereda, que si no se puede aparcar, que si patatín que si patatán. Nada, borrajas. Así que, si sumamos y restamos, el resultado es evidente, la tarde del viernes, fiestas de verano en Ayora, fue una gran fiesta, la fiesta de Navalón. Tendrán que repetirla cada año.

En lo artístico hubo nivel. Aunque se sabía, el chico está preparado. Solventó la tarde con una actuación a más, sin que le pesase ser el único espada. No extrañó el volumen y las arrobas de los novillos. Buen augurio de futuro. Arrancó presionado, queriendo atacar en exceso y lo pagó con dos volteretas que no lograron otra cosa que enardecer a él y al público. A ese rompeplaza lo despachó de un estoconazo a cambio de una voltereta que hizo pensar en que era excesiva exposición a aquellas alturas de la tarde. El presidente, como queriendo marcar medida, le concedió una oreja que pareció poco al personal.

Gran ambiente, novillos de mucha clase de Casasola y buena organización

A su segundo, mucha nobleza, poquita fuerza y muchos kilos, esa sería la tónica general de la tarde, lo toreó con la templanza necesaria para mantener la relevancia del trasteo y llegado el momento final recurrió a los efectismos, pase usted por aquí, por allá, una vez y otra y otra más. Recursos que con tal prodigalidad no acaban de encajar en el repertorio de un gran torero, dicho a modo de aviso. Para entonces ya se había crecido el trompeta y no digamos el torero. Así que se asustó el paisanaje que en los desplantes le gritaba toda clase piropos y ánimos ¡Loco! ¡Valiente! ¡Viva tu raza! ¡Torero! ¡Te quiero! ¡Mátalo! Hizo caso Navalón y le despenó de media estocada. El presidente que se resistía a interpretar el espíritu de la tarde contenía sus pañuelos. ¡Otra, otra! insistían, así que tuvo que ceder. Dos orejas.

530 kilos, se leía en la mini pizarra del propio que anunciaba el peso de los toros. En la próxima, por favor, señor alcalde, le compre una cartela de mayor entidad. ¡Ooooh! pone 530 kilos fue la respuesta de quienes acertaron a distinguir el trazo de la tiza. Estaba bien hecho el toro que embistió tan a regañadientes como sobrado de templanza. Lo aprovechó Navalón, que le fue buscando los terrenos adecuados para estrujarlo. Hasta que dure el toro debió pensar y le hizo el mejor arranque de faena de la tarde. Eran embestidas de miel y toreo de miel, miel de Ayora, mientras fue posible y antes de tirarse al monte de las emociones. Pinchazo y gran estocada y de nuevo el presidente aguantando para no darle el rabo que pedían. Aquella tozudez pensé que podía provocar un altercado público y hasta una alcaldía. No hubo forma y la cosa quedó en dos orejas.

Cerró plaza un colorado muy apretado de carnes que se empleó con estilo en varas y lo acabó acusando. El torero estuvo avasallador y comunicativo, todo cuanto hacía llegaba con fuerza al tendido que en su entrega estuvo tan persistente como el torero. Mató de una estocada, la espada fue su gran aliada, y ahora sí, dos orejas, el rabo, la vuelta con el mayoral, la salida en hombros, baño de multitudes. La tarde que había arrancado con un clamoreo de bienvenida se cerró en los mismos cielos. Lo dicho, fue la fiesta de Ayora, la fiesta de Navalón. Y que no se me olvide, Alberto Donaire hizo un bonito quite por chicuelinas y desde el callejón emitieron toda la tarde una retahíla de voces y consejos que hace pensar que el torero no sabe lo que hace. Conténganse, busquen un canal de comunicación más disimulado, no queda nada bien.

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