Otoño caliente, invierno movido. Lo de Cataluña ha servido para mover conciencias, o cabezas. Sirve también para retratar y retratarse. Para quitar máscaras. El asunto, políticamente, es cristalino. Se hace política con el toro, se hizo antes y se hará y se utiliza y utilizará. La cuestión está en por qué se hace. Y la respuesta es aún más cristalina. Porque el político, éste u otro, se siente con la capacidad de hacerlo al tener enfrente un espectáculo sin unidad y un espectáculo que vive con inseguridad jurídica. Es decir, que no tiene masa social dirigida y unida (por tanto no hay voto útil, al contrario de los antitaurinos) y que se desarrolla pensando que quizá mañana sea ilegal o prohibido aquí o allá. Si le añadimos un IVA, es decir, que las administraciones son las que conceden las plazas y dictan las normas, decidimos que las administraciones (políticos) tienen al toreo aferrado por los güevos.
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