Aburre observar cómo se insiste en paliar el fracaso de una corrida de toros con la cantinela de la clase o la calidad para tratar de tapar la falta de casta/fiereza, bravura o fuerza y en ocasiones de las tres cosas. “Lástima, porque tenía una gran clase”, se suele reflexionar demasiado a menudo, tras el arrastre del infumable marmolillo, con una ausencia de intención crítica digna de la madre Teresa de Calcuta. Hasta se le adjudica calidad a una babosa que sigue la muleta sin vitalidad ni casta alguna, en un viaje cansino como dirigido con mando a distancia, y eso no es un toro bravo; es la tonta de la pandereta. Y no es eso, no es eso. Cuando un toro no vale, pues no vale y en paz. Otra vez será. Se habrán quedado los buenos en la ganadería y ya saldrán otro día por los chiqueros de otra plaza.
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