Era el brindis más esperado. Había enorme expectación, inmensa carga emotiva y por qué no decirlo, también morbo. Ponce se despedía de una de sus plazas talismán, donde siempre fue todo un ídolo y donde con los años, había encontrado a la mujer de su vida. Y allí, como tantas otras tardes, estaba su Ana Soria, en una barrera y con el capote de paseo de la patrona, la Virgen del Mar. Hasta ella se dirigió el torero de Chiva para brindarle el último toro de su Almería del alma.
El silencio se hizo para escuchar unas sentidas y esperadas palabras a su enamorada: “Despedirme en tu tierra aquí en Almería es una enorme ilusión para poder demostrarnos nuestro amor”. La emoción, más que a flor de piel. Y aún más si cabe cuando al pasear su última oreja en este coso, el público le brindó en pie más de tres minutos de aplausos entre gritos de “¡Toreroooo, toreroooo!”. Almería y Ponce. Ponce y Almería. Dos caras de la misma moneda. Hasta siempre, maestro.