Opinión

Los toreros de la pandemia

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Los toreros de la pandemia

El goteo de festejos que están permitiendo las administraciones a cuenta de la Covid-19 ha tenido como única consecuencia positiva la floración de un grupo de toreros que hasta ahora habitaban en la segunda fila, eclipsados y/o frenados por las figuras consagradas que, en esta coyuntura, salvo el caso puntual de Ponce y pocos más, han preferido dar un paso al lado que alguno de ellos puede acabar pagando caro. Emilio de Justo, Daniel Luque, Juan Ortega, José Garrido, Juan Leal, Álvaro Lorenzo, Joaquín Galdós -el peruano contrapunto de Roca Rey- además de un tal Daniel Crespo, porteño del rincón de Cádiz al que nadie conocía -cuatro corridas en tres temporadas de matador-, y el esforzado Gómez del Pilar están en boca de todos. Del problema han hecho virtud y han aprovechado la ocasión no solo para darse a conocer, algunos ya lo eran, sino principalmente para decantar su toreo, mejorarlo y mostrarlo en un esplendor que no se les conocía y que ahora les permite poner cerco a la cabecera del escalafón.

¿Milagro después de tanto tiempo pidiendo renovación?… No tanto. Puede haber ocurrido que en este ambiente de carencia en que vivimos los aficionados, en el que asistir a las plazas tiene mucho del encanto de la clandestinidad -más que pegar carteles habría que distribuir octavillas-, libres de la sombra de las estrellas que se quedaron en casa y sin la presión de las grandes plazas con sus grandes toros-torazos donde tenían que comparecer incluso antes de estar preparados, los hemos valorado con más condescendencia y menos prejuicios, lo que no significa para nada quitarle méritos a su eclosión porque, en justicia, es lo que debía ser en la normalidad si de verdad se pretende la llegada de nuevos valores. Todo ello influye y también el proceso de maduración lógico.

Asistir a las plazas comienza a tener el encanto de la clandestinidad, más que pegar carteles habría que distribuir octavillas

El caso es que ilusionan, que los aficionados hablan apasionadamente de la capacidad lidiadora y la madurez de Daniel Luque, que cogió en Sanlúcar una corrida de Miura con trapío de plaza importante y le hizo lo que debía hacerle en cada momento sin despeinarse como decían los clásicos, incluso le hizo las cosas que habitualmente se reservan para los toros de las figuras, todo lo cual ha hecho pensar que está en el punto de cocción justo para ser lo que parecía que ya no podía ser por culpa de sus distracciones mentales y pájaros varios. A todo ello hay que añadir, y eso ya hace tiempo que no viene de serie en los toreros nuevos, que torea de capa con fantasía y poder.

El otro matador que ha dado el estirón definitivo es Emilio de Justo. Se le esperaba, por eso quizás haya sido menos sorpresa. El extremeño, junto a Daniel, son los más cuajados de esta floración 2020. Vive una espléndida madurez, sin que los muchos años de alternativa le hayan restado novedad porque en todo ese tiempo ha vivaqueado en el anonimato del campo, toreando y currando al margen de los grandes públicos. Se tata de un clásico y, sin querer entrar en comparaciones, solo para que se entienda, es el más parecido al Joselito madrileño de cuantos han aparecido en los últimos años.

Luque, De Justo, Garrido, Leal, Ortega, Galdós, Crespo… depuran su estilo en el confinamiento y muestran su mejor versión

Juan Ortega, un exquisito al que merece la pena esperar, ha vuelto a exhibir en Linares ese toreo de gusto añejo y diferencial que mostró el año anterior y que no pudo consolidar, por lo cual muchos aficionados hemos respirado aliviados; Juan Leal sigue haciendo tronar tambores de guerra en la conquista de un territorio muy cerca del toro, cerca cerquísima, desde el que siempre se accedió al triunfo; Álvaro Lorenzo, menos explosivo, mantiene su progresión y, por tanto, su solidez; Galdós hace el toreo por los barrios artísticos que confrontan a los de RR y eso es bueno para su país y para el toreo en general; Garrido, que recuperó su mejor versión, la que tanta ilusionó y lo hizo con victorinos y murteiras nada menos; Daniel Crespo es el más nuevo y el más tierno, solo con unos apuntes en Linares puso al toreo en alerta y ese es uno de esos milagros que como tal está al alcance de muy pocos; Gómez del Pilar se va cuajando con las corridas más duras con todo lo que ello supone… y seguro que hay otros nombres pero estos son los que las restricciones de la pandemia han traído hasta ahora.

Que no se duerman, que no tienen nada hecho. La diferencia entre un buen torero y una figura está en la continuidad. Una tarde, dos, e incluso estarlo de vez en cuando, está al alcance de los buenos toreros, no es poco pero no basta; estar bien treinta tardes todos los años o estar bien en todas las tardes en que hay que estarlo, solo está al alcance de las figuras y esa es una frontera crucial. Que no olviden los de esta nueva floración, que de buenos toreros están llenos los recuerdos de los aficionados, las novelas y la nostalgia. Nada de eso les permitiría escapar del purgatorio de Cúchares y toreando como saben torear estos sería el peor desenlace.

DOS VERSIONES DE PEDRÉS COMO ANTECEDENTE

Cabe pensar con fundamento que el mucho torear en el campo, sin presiones, les ha enseñado a torear o a sacar lo mejor de ellos. Estas resurrecciones o mutaciones artísticas no son el primer caso en la historia del toreo. El maestro Pedrés siempre ha contado que los años que estuvo retirado de los ruedos en Ciudad Rodrigo, obligado por una enfermedad pulmonar, los aprovechó para acudir a todos los tentaderos que le invitaban -y eran muchos-, de tal manera que la dureza de torear en la plaza se convirtió en una pasión y en un deleite que le permitió descubrir los secretos de la lidia que la necesidad del triunfo inmediato le había ocultado hasta entonces. Los efectos fueron radicales al punto que hubo dos Pedrés muy distintos, el de la primera época y el de la segunda, el temerario que todo lo arrollaba porque quería comprarse la finca; y el lidiador que todo lo dominaba en el ruedo, el que solo aspiraba al disfrute del toreo y de la finca.

PONCE Y ROMÁN, DOS CASOS OPUESTOS

En clave valenciana hay que celebrar la actitud de Ponce, la única gran figura que ha asumido la responsabilidad de torear más allá de las condiciones económicas para que la temporada no pasase en blanco y está prácticamente en todas las programaciones. Ha sumado ya diez corridas de toros, hoy está anunciado en Priego de Córdoba y, según su apoderado, a pesar de las suspensiones recientes tienen previsto torear quince. Y duele el caso de Román, que no ha podido vestirse de luces en un momento clave de su carrera. En su caso torear en las circunstancias que están toreando sus compañeros a buen seguro le hubiese acabado de pulir su estilo y le hubiese aflorado una vida artística que a buen seguro tiene. Torea a diario en el campo, se le ve progresar, cuantos le ven lo celebran, pero permanece ausente de las escasas corridas que se programan.

PUBLICADO POR JOSÉ LUIS BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS EL 6-9-2020

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