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Madrid pone a cada cual en su sitio

Que la Feria de Otoño haya sido un bálsamo es mucho más que un éxito; que la Feria de Otoño haya recuperado los sabores del toreo eterno y de la emoción perpetua es mucho más que una alegría con los minutos contados. Esta Feria de Otoño en Madrid tenía ese punto de rebelión, de normalidad, de igualdad -en lugar de favoritismo interesado- que hacía falta. Donde todas las suertes del toreo necesitan de la diosa fortuna, donde casi todo se sortea pero con detalles (ni siquiera reparo si son justos o no), aquí faltaba algo que sonaba a bombo y que a la postre fue música celestial para el aficionado. La empresa eligió bien las cuatro corridas de toros. Sólo falló, qué lástima, la de Adolfo. En las otras tres hubo variedad y yo me apunto, como todos, a las emociones de sabores tan marcados de Fuente Ymbro. Una de las ganaderías que han tenido mejor temporada y mayor equilibrio porque fue importante para los toreros que supieron aprovecharla y para el público, porque dio espectáculo de casta, a veces con miel y alguna con hiel. Como debe ser. Como es la propia vida.

El bombo no era una chuflada. Hace años que notaba su falta porque todo estaba demasiado compuesto y mal repartido. Bueno: mal para unos y lo contrario para otros. Y Simón, al que nadie podrá negar nunca que, por encima de aciertos y errores, como los tuyos o como los míos, es un taurino diferente, creativo y al que siempre valoré más por dentro que por la epidermis. Simón fue el primero que hizo un programa de televisión, ejemplar y moderno, en la tele francesa. Aquello me impactó. Simón creó los ciclos de novilladas en los finales de febrero en Nimes, bajo una carpa de cristal para quitar los vientos y los hielos de donde salieron toreros como Chamaco, Ponce, Caballero, Finito de Córdoba, Jesulín de Ubrique, Sánchez Mejías, El Punta y un puñado más. Recuerdo cómo temblaba la cúpula de cristal cuando apareció como un torbellino el joven Chamaco. Pocas veces he visto una plaza en el límite de la locura feliz. Luego me enteré que la emoción tenía grados añadidos porque al joven torero, su padre, el gran Chamaco, y Simón Casas, acordaron echarle al chaval un torazo cuatreño largo de Borja Domecq. Y aquella plaza y aquella feria me

DE JUSTO, VENTURA y URDIALES, tres puertas grandes grandísimas

Ahora Simón ha puesto en marcha el bombo. El bombo llega porque la Fiesta se ha enviciado en el sota, caballo y rey, y en seis ganaderías para unos y el resto para los demás. El bombo, en la fiesta de las suertes, permite que todos puedan jugar, o tener la oportunidad de hacerlo, con el mismo balón. Y llega porque se había marcado demasiado qué corridas matan las figuras y cuáles los otros. Y olvidamos que la generación anterior de figuras mataba ganaderías de su gusto pero también Miura, Victorino, por supuesto Santa Coloma, etc. De todo un poco y por orgullo propio.

El bombo no era una chuflada. Hace años que notaba su falta porque todo estaba demasiado compuesto y mal repartido. Bueno: mal para unos y lo contrario para otros

Al público le ha gustado que la suerte (todo son suertes en el toreo) añada el bombo de las ganaderías. El bombo, como dice un amigo mío, ha socializado las ganaderías. Y la afición ha respondido y ha hecho de la pequeña Feria de Otoño una feria de más abonados que el gran trasatlántico que es San Isidro. ¿Qué falta ahora? Algo clave: la suerte de varas. Simón lo conoce de su Francia. Fuera círculos. Cuatro rayas en la contraquerencia. Y cada vez una raya más lejos. El toro se arranca de largo, el que te preocupa es el picador. Tocar y levantar el palo. Así mínimo tres veces y cada vez más lejos. Vemos al toro, vemos al picador en un tercio de varas nada cruento, arriesgado y bellísimo. Vemos, ¡aleluya!, tres posibles quites, y ponemos (para que el riesgo tenga más recompensa) unos premios (Francia lo hace) económicos para el mejor varilarguero. Eso nos falta.

Lo demás lo tenemos todo: hay grandes toreros, figuras, jóvenes y hasta orillados que piden paso si no los condenamos siempre a galeras y al toro imposible y montaraz. El bombo ha liberado a toreros de roer todos los días el hueso duro. Y ojo, claro que las figuras tienen derecho a matar lo mejor, pero también tienen el orgullo de demostrar a la afición (y siempre fue así) que son capaces de triunfar con victorinos o miuras o pablorromeros, o ganaderías que por su dureza le valía a la figura que podía con todo aunque luego, la mayor parte de las veces, matara lo que le gustaba más. Esta Feria de Otoño sonó el bombo de la gloria para muchos toreros de condición variada. Tres puertas grandes: Emilio de Justo, Diego Urdiales y Diego Ventura. Tres puertas grandísimas. La madurez de un torero con mucho futuro y verdad llamado Emilio de Justo, la torería, la pureza, el sentimiento y el toreo eterno de Urdiales, que no se borrará de ninguna memoria de aficionado. Lo de Diego es una ventura, valga la redundancia. Diecisiete puertas grandes en Madrid y un rabo añadido. Bestial. De chapó. Y me duele que Hermoso, al que tanto he disfrutado, no diga: “Vamos a ver un mano a mano del toreo primigenio” pero elevado a la máxima belleza torera entre Pablo y Diego, dos centauros irrepetibles de la historia contemporánea. Nos perdemos el Madrid-Barça. O no. Un Pablo frente a un Diego es la final de la Champions del toreo a caballo. En fin, pilarín, que decía mi tarao profe de matemáticas en los salesianos. Dénle campo a Pablo Aguado, sabe torear y su capote tiene ese punto de más de los elegidos. Y a los novilleros; y a seguir abriendo la Fiesta a sus valores. Y Otoño se convirtió en primavera del futuro. Y Talavante se llevó la china. Pero volverá. Esa mano izquierda es de oro. Simón apuntó otra china en el zapato de la Fiesta: “Los empresarios no deben apoderar toreros”. Y añado yo: “Los empresarios deben apoderar al público”. Pero no quiero soñar. Mejor, paso a paso. Lo próximo es recuperar el tercio de varas, que, bien hecho, es bellísimo, nada cruento y en tiempos de antitaurinos taparía muchas bocas. Por primera vez en mucho tiempo hay camino al andar y al echar la vista atrás…

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Manolo Molés

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