No hay un torero de recuerdo que no sea vanidoso. A su forma Morante lo es; El Juli tiene una arrogancia de dictador que no hace prisioneros; Talavante entró ya en el club de los arrogantes. Faltaba Manzanares, al que le doy la enhorabuena por haber puesto su ego, su vanidad, a torear.
¿Qué es una crónica? Un privilegio que consiste en el real artificio de ser traductor de obras de arte. Tengo el privilegio de haber traducido a mi lenguaje faenas o instantes excepcionales del toreo. En realidad la crónica es la oportunidad de reescribir las obras maestras y los instantes maestros, en mi propio idioma. Es una traducción vanidosa, egocéntrica. Lo es porque trata de ser creativa, casi literatura. Le quito el casi. Dos lances, un instante, un suceso, lo traduzco a mi idioma y lo cambio, lo muevo, lo moldeo, lo sensibilizo a mi aire. A mi arte, sí. Es escrupulosamente así: traducir a lenguaje propio o narrativo una obra, da como resultado una nueva obra. Quizá, también, de arte.
Picasso fue uno de los grandes que fue traductor del toreo. Lo tradujo a su idioma, la pintura. De una obra de arte, hizo otra cumbre. Para eso hay que tener talento. Cortázar hizo obras de arte recibiendo inspiración de otro arte, el boxeo. A los seguidores de Vargas Llosa les llevo la contraria: no tiene talento para hacer una obra de arte “traduciendo” el toreo. No me imagino haciendo arte a partir de lo que hizo El Juli un día de Puerta del Príncipe (El Rey por la del Príncipe) o después de ver a Morante en Ronda (Ya nadie escribe con la pluma de un pájaro) o a Talavante en aquella tarde de Zaragoza (Lo que Talavante le dijo al Diablo). Traducir al lenguaje humano el arte del toreo está al alcance de algunos. Vanidoso y egocéntrico. Claro.
¿Hay algo más egocéntrico que La Sixtina? ¿Algo más vanidoso que una pintura de Velázquez? No. Sí. La hay. Y la hay en una necesidad imperiosa de que exista pues no hay genio alguno en la historia del arte que no lo haya sido, en gran parte, por vanidad. No hay un torero de recuerdo que no haya sido o no sea vanidoso. A su forma Morante lo es. Hay arrobas de egocentrismo intimista en su tauromaquia. El Juli tiene una arrogancia de dictador que no hace prisioneros. Talavante, que parecía el silencio de la timidez de puntillas, entró ya en el club de los arrogantes. Faltaba Manzanares, al que le doy la más sincera enhorabuena por haber puesto su arrogancia, su ego, su vanidad, a torear. Por eso ha tejido un año que jamás tejió.
A Manzanares le faltaba lo que tenía, pero que no había usado: ponerse de acuerdo con su vanidad. Un torero dueño de un gusto natural (no buen gusto, el gusto bueno y el malo no existen, se tiene o no se tiene gusto) y de un empaque cordial con su físico, se ha puesto de acuerdo con su vanidad, que consiste en decir que él, sí puede torear más despacio que nadie. Un torero que ya es hombre maduro se ha puesto de acuerdo con una vanidad madura que le hizo erguirse en Madrid en unos doce instantes en los que el toreo regresó a su toreo. No es un juego de palabras. Los toreros, a veces, toreando, expulsan al toreo. Que es despacio, muy lento, muy naturalmente hondo y acompasado. Compás, lentitud, hondura, igual a vanidad.
Hay que torear muy desde dentro, muy desde las entrañas, y desde los huesos y desde el alma para hacer ese arte único. Cuando decimos que alguien se abandona toreando, o que se olvida del cuerpo, sólo estamos repitiendo un tópico tan incierto como que jamás el alma abandona a su cuerpo: sólo sucede que se pone de acuerdo con él. Y eso nace tan de dentro como le nació a Da Vinci de dentro juntar alma y cuerpo para pintar la Sixtina. Inflexible, vanidoso, creativo, monstruosamante decidido que su talento era tan indiscutible como único. Cuando uno se siente único, nada importa más que uno.
El toreo, si es genial, como lo fue con Manzanares en Las Ventas, es arte en estado puro individual, creativo, soberbio, de él. Es tan así que el toreo, una obra de arte de un torero, no necesita de otra cosa que el propio artista. El toreo, como la literatura, es un cactus que no necesita agua para su sed. Que si se le antoja, nace la flor para que sea contemplada. Y que, a veces, hace crecer espinas para que le ignoren. El arte también necesita no ser para todos.
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Manzanares ya es vanidoso
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