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Mi parlamento

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 09 de junio de 2018

En un parlamento con forma de hemiciclo se juega al juego de un ajedrez trucado, cuyo juego consiste en cómo escenificar como necesidad patria mi interés personal por el poder. En otro parlamento, con forma circular, se juega a un juego sin truco que consiste en escenificar como desde el miedo de un hombre se puede crear la felicidad colectiva. En un parlamento, moqueta en el suelo, sueldos públicos, la verdad dejó de ser una quimera para ser una falacia. En el parlamento circular, con tierra mojada o barro como alfombra, hay un quirófano dispuesto a intervenir los efectos de la verdad.

En un parlamento, que solo se llena cuando hay que votar a pesar de cobrar todos los días, todos hablan de patria e interés nacional como discurso falaz e inculto, torticero y ventajista, intentando que a la plebe no le llegue el tufo tribal y a veces semi mafioso de su apego al poder. En el otro parlamento, el interés dispar de las miles de tribus que dejan sus culos en los asientos, coindice en un interés común, casi patrio o nacional: emocionarse con la verdad de un hombre y la verdad de un toro.

En mi parlamento se sabe que cada chorizo viene del cerdo y que a cada cerdo le llega su San Martín. El rico sabe que en diez minutos pueden enterrarlo sin su riqueza. En este parlamento, el mío, un hombre como Castella (y tantos) se va al otro lado de la vida sin importarle el éxito, el dinero ni las mociones de censura. Solo para ser torero

En un parlamento se debate una moción de censura presentada por un incompetente melífluo contra alguien que se ha convertido en un chascarrillo de partida de dominó jugado en una mesa donde el eco de los ladrones se callaba pidiendo otro cortado, mientras uno con cara de niño listo sin barba aparca España a la espera de que le salgan las cuentas de su poder, y el resto guarda sus piedras para lanzarlas de noche, que es cuando se quiebran mejor los cristales. En el otro parlamento no hay partida que la del instante, siendo patria, patrimonio y futuro solo lo que el pitón de un toro quiera a cada segundo.

En un parlamento se insulta, se agrede, se ensucia, se pone el ventilador, se juega a verter mierda en cantidad superior a la que cada cual tiene y, habiendo en él gentes de sobrada cultura, la sumisión a quien manda, pone y quita, los convierte en sumisos y vasallos de un rey de paja. En el otro parlamento se protesta, se aplaude, se grita, se ensalza, se aclama, se da victoria o se concede derrota sin más sumisión que la percepción de las emociones de cada instante, sin claudicar ante cualquier rey de paja y, por supuesto, sin hacer paja a ningún rey.

Pero lo peor. En un parlamento que caro nos cuesta, al que tantas veces vemos vacío con un absentismo laboral, moqueta, agua mineral, cagaderos de lujo, hace años no tiene a un ser superior o un ser excepcional. Ese que tras un discurso emocionante, cabal, directo al corazón, talentoso, noble y limpio, calle los insultos, silencie a las contrarias tribus, regrese a los escaños el poder domesticador de la gran política humana. Ese parlamento es hoy una escenificación de la sociedad más cainita y más de navaja que jamás haya tenido España.

En el otro parlamento, que es mi parlamento, cada navaja abierta halla su contrario en un abrazo, cada protesta en un aplauso, cada “ay” encuentra su “ole”. En mi parlamento se sabe que cada chorizo viene del cerdo y que a cada cerdo le llega su San Martín. El rico sabe que en diez minutos pueden enterrarlo sin su riqueza. En este parlamento, el mío, (jamás daré las gracias a un político por ir a los toros gratis), un hombre como Castella (y tantos) se va al otro lado de la vida sin importarle el éxito, el dinero ni las mociones de censura. Solo para ser torero.

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