El 19 de diciembre de 1998 nos dejaba para siempre el gran Antonio Ordóñez. Figura máxima del toreo en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, el hijo del Niño de la Palma, cuñado de Luis Miguel Dominguín, suegro de Paquirri y abuelo de Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez moría para entrar a formar parte definitivamente de los libros de la más lujosa historia de la tauromaquia.
Antonio Ordóñez nació en Ronda (Málaga) el 16 de febrero de 1932 y comenzó a torear en 1948. Tras destacar como novillero, tomó la alternativa en Madrid el 28 de junio de 1951 de manos de Julio Aparicio, quien le cedió, en presencia de Litri, la muerte del toro "Bravío", negro, de Galache. Desde ese mismo instante se convirtió en figura, llegando incluso a encabezar el escalafón de matadores en las temporadas de 1952 y 1959.
De estilo clásico y puro, inventó en el año 1954 -en el segundo centenario del nacimiento del torero Pedro Romero- la tradicional corrida goyesca de Ronda, en la que tomó parte en infinidad de ocasiones. Triunfador en todas las plazas del mundo, contó entre sus amistades la del escritor americano Ernest Hemingway o la del director de cine Orson Welles. Además, fundó su propia ganadería y fue el primer matador de toros en recibir la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes.
Ahora que van a cumplirse doce años desde su desaparición, recordamos la figura de uno de los más grandes de la historia del toreo.
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