Francisco Romero López, en los carteles Curro Romero, nació el 1 de diciembre de 1933, en el pueblo sevillano de Camas. Tomó la alternativa en Valencia, el 18 de marzo de 1959, de manos de Gregorio Sánchez y en presencia de Jaime Ostos, para lidiar una corrida del Conde de la Corte. El 22 de octubre del año 2000, tras triunfar en un festival celebrado en La Algaba en mano a mano con José Antonio Morante de la Puebla, sorprende y conmociona al planeta taurino al anunciar esa noche en un programa radiofónico su primera y definitiva retirada a los sesenta y siete años de edad. Curro es leyenda viva del toreo. Se vistió cuarenta y siete temporadas consecutivas de luces, divididas en cinco como novillero y cuarenta y dos como matador de alternativa. No todo el mundo supo entenderle. Allá los que no lo hicieron, pues ellos se lo perdieron.
Hablar de Curro es también hablar de su idilio con Sevilla, su plaza. Curro es, en Sevilla, tan adorado ( con todo los respetos) como las imágenes de su Semana Santa. Nada menos que 189 actuaciones vestido de luces en el coso del Baratillo le avalan. A pesar de no ser un torero de estadísticas, cuenta con triunfos relevantes en las plazas más importantes del mundo, como lograr salir siete veces por la puerta grande de Las Ventas en Madrid o cinco veces por la puerta del Príncipe de Sevilla.
Con motivo de su sesenta aniversario de alternativa en Valencia, el programa cultural editado por la Diputación de Valencia hablaba de su tauromaquia: “Cuando estaba en vena acariciaba las embestidas como nadie, volaba capotes y muletas como dos armas tremendamente potentes: las muñecas y el alma. Toreaba despacito y a compás. Agarrando los avíos con las yemas de los dedos. Todo sustentando en un valor que no siempre le cantaron. Pero que nadie dude de que Curro, ante todo, fue un torero valiente. Para torear así de bien, para interpretar el toreo así de despacio, también hay que ir sobrado de bragueta.”
“En su tauromaquia no había engaño, nunca buscó burlar al público ni a sí mismo. Si lo sentía, lo hacía; y si no…¡carretera y manta! o ¡vuelva usted mañana!. Lo cierto es que nunca quiso traicionarse. Si hacía falta tiraba por la calle de en medio.”
“El torero de la belleza y la lentitud. El torero de la cadencia. El torero de dormir el tiempo hasta parar los relojes. ¿Quién no recuerda sus verónicas y medias? Los kikirikis, las trincheras, trincherillas y sus inconfundibles desplantes…convertidos hoy mismo en escultura, como la realizada en bronce por Sebastián Santos que disfrutamos los aficionados al lado de la Real Maestranza de Sevilla.
“Hablar del toreo del camero es hacerlo de lentitud, suavidad, ritmo, empaque, gracia, armonía…en definitiva: de personalidad, de pureza y cómo no, de torería.”
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