En Pamplona no hay crisis. Pero es que sucede algo que no se iguala en ninguna otra feria: San Fermín sin toros no podría existir. Y eso nos salva. El maridaje fiesta y toros ha creado una fiesta tan fastuosa que va desde las ocho de la mañana a las once de la noche, desde el encierro al encierrillo. El toro es la columna vertebral de esta explosión festiva. Luego vendrá la tradición, el vino y las viandas y lo que quieran. Pero el toro es básico. Y el encierro prende la mecha, la fiesta del apartado la mantiene, la corrida de la tarde la eleva y cerca de la medianoche llegan a los corrales de Santo Domingo los toros del día siguiente. Tú le quitas los toros a Pamplona y ya puedes traer varietés, ópera, ballets, cantantes de rock o lo que te salga de dónde tengas las meninges de la imaginación. Nada vale. Está basado sobre el toro y hasta a San Fermín le han comprado un capotillo y otorgado la presidencia y prevención celestial de los encierros.
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