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No al inmovilismo, sí a la tradición

La auténtica fuerza de la fiesta de los toros reside en su tradición. Y no me refiero al inmovilismo, que es cosa diferente. Claro que el toreo ha evolucionado desde que…

La auténtica fuerza de la fiesta de los toros reside en su tradición. Y no me refiero al inmovilismo, que es cosa diferente. Claro que el toreo ha evolucionado desde que el rondeño Pedro Romero y otros grandes del “rincón de Cádiz”, como Paquiro y Chiclanero, sentaron las bases de la Tauromaquia eterna. La gloria del toreo radica en que un hombre sólo, un hombre especial claro, puede sacarla de sus momentos difíciles y elevarla a las más altas cotas de grandeza e interés. En su germen el toreo fue una aventura de valientes, entre los que fueron apareciendo innovadores que supieron, con sus aportes y personalidad, afianzar lo que de tradicional e inamovible tiene el arte de lidiar toros bravos. De ellos es el mérito de que la Fiesta haya llegado hasta este complicado siglo XXI sin abjurar de la solidez de sus bases.

El toreo es el triunfo de la inteligencia y el arte sobre la fuerza bruta y la bravura de un animal fiero y encastado, al que el hombre jamás podría vencer poniendo en juego solamente su valor y su fuerza. Belmonte, Gallito, Gaona, Armillita, Manolete y El Cordobés, fueron con sus aportaciones el hilo conductor de una Tauromaquia moderna enraizada en la manera tradicional de entender el arte del toreo, que primero Pepe Luis, Pepín, Luis Miguel, Ordoñez, Camino y ahora Ponce, Finito de Córdoba (sí, este también), José Tomás, El Juli, Morante, Talavante y Perera han llegado a interpretar como hace cien años nadie se hubiera atrevido a soñar. La fuerza del torero, como la de todos los artistas, está en su manera especial y única de interpretar el arte heredado de los que le precedieron. Se ha llegado a la cumbre actual gracias a la contribución de cada uno de ellos en la forja de una tauromaquia nueva y eterna.

Por eso irrita ver como algunos están renunciando a su condición de artistas soberanos, agrupándose para sacar las cosas de su cauce ancestral, en busca de mayor rendimiento económico en esta época metalizada y sin valores que nos ha tocado vivir. Un torero es algo más que un gestor de lo que tiene su arte de negocio, y el que no lo entienda así se está equivocando y poniendo en peligro el equilibrio y los fundamentos del toreo como espectáculo.

Los cantos de sirena han hecho que muchos marineros se embarrancaran contra los arrecifes. Y sería una pena que eso ocurriera en el toreo, porque hoy disfrutamos de un plantel de toreros enormes, capaces de hacer avanzar el arte de Cúchares hasta una cima que llena de orgullo y satisfacción a los buenos aficionados.

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No al inmovilismo, sí a la tradición

Paco Mora

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