El fútbol ya no es fútbol. Es fúrbol. El fútbol era una cosa inglesa de gentleman, mejorada por los nacidos para el arte del fútbol, que son los de Brasil, Argentina y los hispanos. Eso siempre les jodió a los de Pérfida Albión. Los spanish y/o sus primos les enseñamos el arte del gambeteo y el del toreo. Qué duro debe de ser vivir sin ese arte. Pero, de un tiempo a esta parte, la comunicación sobre el fútbol lo ha convertido en “fúrbol”. Rescatando la fórmula añeja, caduca y escatológica de El Tomate o Salsa Rosa o Gran Hermano, hay de noche unos programas de televisión en los que el fútbol es lo de menos y lo que importa es el “fúrbol”. Hooligans del Madrid o del Barça a grito pelado, que no se dan de leches en un plató por la sencilla razón de que tienen los güevos localizados en la faringe. Gritan. Y se insultan y menosprecian sin que nadie tenga bemoles para hacer el uso honorable a una buena hostia. O enseñarla. A veces basta con enseñarla.
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