Opinión

Ojo al Cristo que es de plata

Cuando el cardenal de Nueva York, monseñor Spellman, llegó a Barcelona en mayo de 1952 para asistir al Congreso Eucarístico, sus primeras palabras, que dieron la vuelta al mundo, fueron las siguientes: “¡O comunismo o comunión!”. Seguramente había oído decir muchas veces que los españoles somos gente de blanco o negro, del todo o nada, que acostumbramos a navegar entre el cero y el infinito. Vamos, que no tenemos término medio… Y eso en aquellos tiempos del “todo por la patria”, de “hacer guardia junto a los luceros”, de admiración ante la verborrea de Federico García Sanchiz y de la prosa bordada en oropel de Pemán, como si en aquella España todavía no se hubiera puesto el sol, se aguantaba en pie aunque ya un tanto tambaleante. Pero que haya quienes quieran volver a las andadas en pleno siglo XXI, circulando en sentido contrario, es de una singular y peligrosa estulticia.

Entre las cosas que tiene entre ceja y ceja para acabar con ella -aprovechando el anonadamiento en que está inmerso el pueblo español, víctima de “Las siete plagas de Egipto” entre las que están, además del Covid-19, la desmesurada ambición de poder y fortuna de los políticos y su filibusterismo para conseguir sus fines-, figura sin duda la fiesta de los toros. Acusan al toreo de espectáculo cruel, donde se sacrifican animales indefensos. Que le pregunten a Joselito, a El Espartero, a Manolete, a Paquirri, a Yiyo, a Víctor Barrio y a Iván Fandiño, por no hacer la lista más larga, si fueron pobres animalitos indefensos los que los elevaron con sus buidos pitones al Olimpo de los dioses de la tauromaquia.

Incluso podrían preguntarles -tan todopoderosos e inteligentes ellos- a los toros bravos si preferirían la muerte de un alevoso mazazo en la cabeza, en la siniestra oscuridad de un rincón de cualquier matadero, a la que encuentran en el ruedo luchando bravamente por ganarle la partida al torero que lo lidia. Seguro que dirían que no, que morir luchando es un privilegio que no tienen todos los animales ni inclusive la mayoría de los seres  humanos.

“La Historia, mater et magistra” es un axioma que no existe para nuestros políticos actuales. La técnica suicida de “los potros de Alcaraz”, que caminan “unos pasos adelante y otros tantos para atrás”, la practican los mendas de manera usual sin ninguna clase de empacho. Donde ayer dijeron digo, hoy dicen Diego y se quedan tan panchos, aunque vean que caminamos hacia el despeñadero. Porque los pueblos que olvidan su historia corren el peligro de repetirla, y eso es una verdad axiomática evidenciada a lo largo de los siglos. El intento de hacer de la justicia, la economía, la sanidad, la enseñanza y tantas cosas más, que le dan solidez o debilidad a un país, instrumentos al servicio de la permanencia en la poltrona es algo que puede hacer de España un peligroso polvorín. Pero con la fiesta de los toros no podrán. Lo intentaron antes que ellos Reyes, Generales e incluso Papas y fracasaron estrepitosamente. Pese a tener mucho más poder que tienen nuestros poncios actuales.

Solo el anonadamiento del país garantizaría la impunidad de los que ejercen el poder por el poder. Y cuando el español se despereza, ojo al Cristo que es de plata…

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Ojo al Cristo que es de plata

Paco Mora

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