“Sé que un día no lejano tendré que dejar el toro. Es lo único que me duele. Lo que tengo y lo que sé, se lo debo a mi profesión”. Son palabras de Francisco Rivera “Paquirri” pronunciadas en una entrevista concedida a José Luis Benlloch y que publicó esta casa en el mes de julio de 1982. El gaditano, de cuya muerte se cumplen este 2020 treinta y seis años, decía en aquella charla que volvería a ser torero, “pero si fuese de nuevo Paquirri”, matizaba. El de Barbate, mortalmente herido el 26 de septiembre de 1984 en Pozoblanco, aseguraba en aquel verano del 82 que permanecería en activo, como máximo, tres años más: “Sigo sacrificándome, porque los años no pasan en balde y realmente me cuesta ahora mucho más trabajo que antes. ¿Las razones? Que el toro pide una dedicación total y por suerte o por desgracia yo, a estas alturas, no se la puedo dar. Tengo mis negocios, tengo mi familia y tengo mis planes, como cualquier hombre. Ese es el plazo tope”, decía.
El recuerdo de Paquirri sigue vivo. Su estrella -como le llamaba el propio Benlloch en la entrevista- no se apaga. En realidad, no lo hará nunca. Así es el mundo del toro, sensible como ningún otro a la hora de perpetuar y elevar a la categoría de leyendas a sus héroes caídos en las astas de un toro. Rivera lo hizo en los pitones de Avispado cuando rozaba ya el ansiado y merecido descanso. Pero para llegar a aquel estatus, para encaramarse en lo más alto del escalafón, hubo de tragar carros y carretas. Aquí nadie regala nada y antes de ser martillo hubo de ser yunque.
“Sé que un día no lejano tendré que dejar el toro. Es lo único que me duele. Volvería a ser torero, pero si fuese de nuevo Paquirri”
“Cuando a las empresas les aprietas los tomillos, significa que te las pones en contra, pero cuando el torero funciona e interesa y lleva el público a la plaza, todo se supera (…) Ellos -los empresarios- me trataron en principio como tratan a todos. Sin dar la importancia que los toreros tienen en realidad, y es que la Fiesta, como ya te dije, depende de los toreros y del toro. Otros factores como la empresa, son secundarios”, manifestaba sin tapujos, añadiendo: “Recuerdo que he toreado muchas tardes con el toro, con el torero y la fecha que ellos querían y me daban el dinero que querían. Había corridas de toros que no me quedó un duro y en muchas me quedaban quince mil pesetas”.
Pero aquel momento pasó y acabó sintiéndose grande: “El momento más importante, cuando me vi en figura, fue cuando me enfadé con la empresa de Madrid. Yo pensaba que debía ganar unos dineros que ellos no aceptaron. Nos enfrentamos abiertamente, no me arreglé con ellos y fue el año que más toreé”, decía quien dominaba una tauromaquia completa, de enorme poderío en los tres tercios, pero que, a pesar de ello, fue también cuestionado como le ha ocurrido siempre a los más grandes: “Sobre los buenos y malos toreros hay mucho que hablar. No se puede juzgar a un torero comparándolo con otro. A cada uno hay que juzgarlo según su estilo, según como es. Yo lo que sí me considero es un buen profesional, que me sacrifiqué, que me propuse ganarme un puesto de privilegio en el toreo y que creo que lo estoy medio consiguiendo”, decía.
Su nombre rebasó las parcelas estrictamente taurinas y caló hondo en otras esferas de la sociedad: “Otra meta mía, que creo que la he conseguido, ha sido ser figura no sólo en la plaza. Había que serlo tanto dentro como fuera de la plaza, y fuera es más difícil”, decía, y ahondaba: “He querido distinguirme de mis compañeros, en el sentido de que no he querido ser un torero dirigido por los demás. He querido que Francisco Rivera dirigiese a Paquirri. Tenía que medirme como hombre, saber cuál era mi capacidad al margen de pegar pases, y lo he conseguido. Ahora sé que Francisco Rivera es más inteligente que Paquirri”.