Languidece la temporada con más luces que sombras. Con Jaén bajo mínimos, diría que irreconocible, con unas negociaciones eternas y delirantes de la propiedad que no han llevado más allá de un mal parche; con las costuras de Zaragoza crujiendo ante la deserción general; con Valencia doliéndose de esa feria postrera que nunca llegó a ser feria; con dos fiestas bien distintas, diría que como siempre, aquí Madrid y Zaragoza, con su toro y con todos los dolores que les he contado, allí Zafra con las figuras y el lujo y el toro de Zafra que no hace falta reseñar para que todos lo entendamos y hasta lo aceptemos; pero sobre todo se apaga la temporada con muchos deberes pendientes para el invierno. Deberes cargados de urgencias, los hacen o vamos al despeñadero, o el ajuste o la hecatombe, o se aplican o echan la persiana, que al fin y al cabo el toreo no es una isla en el mundo y el mundo anda del revés boqueando por unas soluciones que le den vida.
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