En los años heroicos del toreo muchos chiquillos de familias económicamente modestas, buscaban la gloria y la fortuna en la quimera de convertirse en toreros de cartel. Trataban de hacer su particular revolución social por ese medio, y aunque al alto precio de una infancia y una juventud perdidas algunos cumplían su sueño. En un ámbito duro y difícil, los alevines de torero se jugaban la vida haciendo “lunas” y en tientas, cerrados y capeas frente a aquellas vacas viejas, resabiadas y de pitones descomunales (las célebres “carpinteras” de Chicuelo II), en su lucha por conseguir dinero, fama y reconocimiento social. Eran los tiempos solanescos del “más cornás da el hambre”.
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