Por una de esas razones que nos delatan como papanatas, este país, cuya soberanía está en manos de otro país y otra banca llamada Alemania, anda flirteando con la mentira del papanatismo de la independencia. Sea de Mas en Cataluña o sea de quien fuera, aquí nadie se independiza de nadie, porque aquí sigue mandando, cada vez más, Merckel. Un pueblo culto, que ya no somos, debería saber pensar sobre este particular. Independencia hoy es una entelequia de engañabobos, un ardid, una errata adrede, que solo mensajea un indecente, pues solo la indecencia es capaz de embarcar clamores. El ladrillo hizo dos cosas perversas: dejó especular por igual a un catalán y a un andaluz con mando político o mando en banca y, al mismo tiempo, dejó que el llamado falso bienestar fuera a cambiar de auto pronto en vez de cambiar de libro de lectura. El ladrillo, la clase política y la banca crearon dos generaciones de consumistas incultos. Es decir, que nos llevaron por la senda de la ruina y, además, labraron nuestra propia incapacidad para pensar. Un pueblo inculto es un mar de gentes que se creen a los lobos de los cuentos de caperucita.
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