El toreo y la tauromaquia entera va a sobrevivir. No me digan cómo ni cuándo. Con el porqué me sirve. La gente. Esa gente que te mira como si fueras dios cuando se les habla y que interrogan como si la salvación de su fe pasara por uno. Uno no tiene poder ni fórmula ni caminos llanos para guiar a esas miradas. Pero en esas miradas de esa gente está escondida y extraviada la razón por la que el toreo y la tauromaquia saldrá adelante. Miran esperando a que uno obre el milagro, y entonces, la verdad, uno se siente un trilero, un fraude, un prometedor de promesas para no ser cumplidas. Porque uno no tiene la fórmula para la eternidad de su fe. Quizá basta con alimentar la fe.

Nuestro censo emocional se llamó, se llama y espero que no se llame nunca más, taquilla. Un reduccionismo letal, avaro. Una contabilidad con los dedos de las manos. No somos sólo una taquilla

Al toreo le falta un líder real social. Un líder o más a quien acogerse. Ese a quien mirar porque tiene el talento y la fuerza de mover montañas, de abrir camino en las selvas, de echarse a la espalda la fe de todos. Toda ilusión, cada pasión, todos los sensibles, los perdidos, los vagabundos de su afición, los desheredados sociales de sus querencias, los metecos de sus devociones, los que no hallan cobijo para sus afectos por una cosa llamada toreo y Tauromaquia, todos y cada uno de los anónimos apegados a la tierra del campo, necesitan de alguien real en quien depositar su aspiración a tener patria.

¿Cuánta es esa gente? Incontable. Es decir, jamás contada. Nuestro censo emocional se llamó, se llama y espero que no se llame nunca más, taquilla. Un reduccionismo letal, avaro. Una contabilidad con los dedos de las manos. No somos sólo una taquilla. Nuestro incontable potencial es grande. Tiene el tamaño del mensaje que acierte en la diana del corazón de decenas de miles, centenares de miles, aunque no sean censo de taquilla. En España todos esos miles viven la diáspora de su fe de tauromaquia. De su fe de campo, de su fe de ruralismo. Errantes, a su aire, una auténtica diáspora de emociones. Sólo consiste en pegarlos a todos. Y eso lo hacen los líderes.

No encuentro en el toreo ninguna razón de peso para esta unidad tan precaria. Sin embargo, sí encuentro razones para ser una piña: la mirada de las gentes

Un pueblo de grandes proporciones en éxodo habitual, dando vueltas en sus círculos sin salida, cada cual disperso, al aire de su lamento. No se trata de darles un mesías, pero ponerles delante a esa o a esas personas con las que identifiquen sus desvelos. Alguien que les de patria, sentido, que pegue con pegamento cada ilusión perdida en mil laberintos. Porque la unidad del toreo y la Tauromaquia actuales es tan forzada por las circunstancias como llena de esquinas. Esta unidad actual, más trabajada que nunca, sigue pagando los pecados de las tradicionales rencillas de egos pequeños, de desencuentros por mirarse al ombligo.

Miremos alrededor de estos años. Y qué vemos. El empresario es el enemigo a batir sin serlo, el banderillero es el enemigo a batir sin serlo. El ganadero aspira sólo a vivir en la medida en que le dejan los toreros y los empresarios. Las figuras del toreo de repente se unen, de repente dejan se estar unidos, de repente están, de repente desaparecen. Los medios de comunicación se mueren. Los aficionados tratan de demostrar que lo son sin necesidad de demostrar nada, pero compitiendo entre sí por acceder a liderar su verdad u opinión tan legítima.

No encuentro en el toreo ninguna razón de peso para esta unidad tan precaria. Sin embargo, sí encuentro razones para ser una piña: la mirada de las gentes. No las miramos. Si lo hiciéramos, veríamos de donde venimos y hacia dónde hemos de ir. Porque somos muchos más de lo que pensamos.

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Somos muchos más

Carlos Ruiz Villasuso

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