Accidentada y triunfal la corrida de la Vendimia requenense. Hubo de todo: toreo bueno, el de Román en el único toro que pudo estoquear; espectáculo y categoría en la actuación de Diego Ventura, que hizo desfilar una colección joyas equinas deslumbrante de doma y torería; ilusión, ganas y desparpajo en el novillero Bruno Gimeno, que hizo de todo como corresponde a su categoría de aspirante; clase y bravura en el primer toro de lidia ordinaria, Hortelano se llamaba, de Murube como sus hermanos, que embistió por abajo, con son y templanza como para ilusionar, especialmente al ganadero, en la reconquista de los viejos prestigios de tan acrisolado encaste; todo respaldado con una buena organización de los hermanos Martí.
“No fue justa la actuación presidencial, que se precipitó devolviendo al segundo y se quedó sin sobrero cuando más lo necesitaba, llevando el espectáculo al borde del conflicto cuando el quinto se estrelló contra un burladero, se descoordinó y se partió un pitón, de tal manera que hubo que devolverlo y pasar página sin que pudiese torear Román”
También hubo cosas menos buenas. Lo primero, la breve respuesta del público, seguramente como consecuencia de la gestión (poco formal) de anteriores empresas que se tradujo en poco menos de media plaza. Tampoco fue justa la actuación presidencial, que se precipitó devolviendo el segundo toro de la tarde y se quedó sin sobrero cuando más lo necesitaba, llevando el espectáculo al borde del conflicto cuando el quinto se estrelló contra un burladero, se descoordinó y se partió un pitón, de tal manera que hubo que devolverlo y pasar página sin que pudiese torear Román. Afortunadamente el público adoptó una postura de comprensión y la cosa no fue más allá. Por todo ello, hubo toros de día y toros de noche consecuencia de un mal cálculo en la hora de comienzo, nada que menguase el buen ambiente.
Ventura toreó sobrado y deslumbrante a sus dos toros, con Fabuloso, con Guadiana, con Nómada… sin necesidad de recurrir al esperado Nivaldo. Rematando las suertes, templando a dos pistas, clavando con precisión y haciendo compatible torería y espectáculo, cortó tres orejas. Román, que llegaba menguado físicamente por una cogida de la víspera, en la única faena que pudo ofrecer hizo un toreo hondo y pausado, aprovechó la tremenda calidad del murube en la mejor versión que se le conoce al valenciano y acabó estropeando todo con la espada. El novillero Bruno Gimeno, que cortó cuatro orejas, dio la cara, lo hizo todo desde irse a puerta gayola en los dos a banderillear y torear con mucha variedad a dos buenos erales de La Condesa.