Uno de los últimos reductos de la casta vazqueña en Portugal se encuentra, desde hace apenas unos meses, en nuevas manos. Se trata de la emblemática ganadería de Fernando Pereira Palha, una joya genética que desde el pasado diciembre fue adquirida por el ganadero portugués Joao Augusto Moura y su esposa María Pires de Moura, propietarios de la ganadería Torre de Onofre. Con esta adquisición suman así una nueva línea ganadera que llevan por separado de las otras dos que poseen, una de Domecq y otra vía Osborne, cuya variedad de pelajes recuerda su goterón vazqueño. La dehesa, por tanto, es una mezcla de ensabanados, jaboneros, berrendos, capirotes, salpicados… A veces cuesta diferenciar la rama osborne de los palhas.
Detrás de este proyecto está Joao Augusto Moura, sobrino de Joao Moura. Cuando aparcó su etapa de novillero, se volcó en la ganadería. Comenzó con el hierro de Torre de Onofre, que fue de su abuelo y de su padre, Benito Moura, y con treinta vacas de su tío Joao en 2010, procedencia Maribel Ybarra, sangre que todavía mantiene en pureza y que se caracteriza por la clase. En 2016 apostó por el encaste Osborne, en concreto adquirió setenta y cinco vacas y dos sementales (uno negro y otro ensabanado) a Jaime Marqués (Hermanos Marqués Warburg), que tenían de procedencia Las Hermanillas, propiedad de Carlos Corbacho. Lo que Joao buscaba era el pelaje característico de esta ganadería más que otra cualidad.
No contento con mantener este encaste de tanta personalidad, puso su mirada en otra ganadería emblema del campo portugués buscando a su vez animales de mayor tamaño, la de Fernando Pereira Palha, el hombre que dedicó los últimos años de su vida a recuperar uno de los reductos de la sangre vazqueña en Portugal y que recordara al toro fiero de llamativos pelajes que popularizó su bisabuelo Palha Blanco. Así que de manifestar su interés por tener una parte de esta ganadería pasó a comprarla al completo. Los hijos de Fernando Pereira Palha, que no querían deshacerse del legado familiar, han sucumbido, tras un año de negociaciones, al entusiasmo de Joao Augusto y han acabado vendiéndole la ganadería de su padre, asegurándose así la continuidad de la vacada al saber que está en unas manos que mantendrán su identidad genética. En la venta entró también el hierro, el antiguo de Quinta da Foz, que es un trébol con una cruz en su interior. Con este hierro se marcan únicamente los animales con procedencia Palha.
Situada en Monforte, en la finca Torre de Onofre siempre se ha criado bravo. Perteneció al abuelo de Joao Augusto y durante muchos años estuvo gestionada por su tío, el rejoneador Joao Moura. En sus 800 hectáreas se cría ganado bravo y caza mayor. Una finca rica en agua y pastos, muy parecida a lo que sería una dehesa extremeña. Cuando Joao Augusto comenzó esta aventura ganadera, lo hizo con la parte de la finca que heredó de su padre Benito Moura. Allí siguen criándose animales de una clase superior, tanto lo procedente de su tío Moura como lo de Osborne. Y desde no hace tanto, una rama más torista con los palhas vazqueños, en la que el nuevo ganadero va a poner todo el empeño para que tengan un sitio en los carteles de las ferias.
Estos toros que ahora pastan en Torre de Onofre fueron fruto del sueño de Fernando Pereira Palha por recuperar y mantener el último reducto de la sangre vazqueña en tierras de Portugal. Un proyecto que inició en el año 1973 en la finca Quinta da Foz, con vacas adquiridas a David Ribeiro Telles así como con otro lote de vacas compradas a José Lico y sementales de David Ribeiro Telles, Cunha, Carmo, Cabral Ascensao y Simao Malta, divisas en las que encontró sangre vazqueña. Una a una fue reuniendo las vacas de mayor pureza vazqueña y logró formar, desde abajo, una ganadería con personalidad, que recordaba al toro de sus antepasados, el creado por su bisabuelo, de aspecto fiero y llamativos pelajes, aquellos famosos palhas que inspiraron a los revisteros de la época a escribir aquello de “horror, furor y pavor” cuando se referían a estos toros, por su dureza y fiereza, a los que su bisabuelo Palha Blanco añadió sangre de Miura y Concha y Sierra.
Un tesoro genético que a punto estuvo de desaparecer fruto de las modas y la evolución del toreo. A la muerte de Palha Blanco, sus herederos apuntillaron la ganadería pero, caprichos del destino, murieron todas las vacas salvo una, de nombre Chinarra. Cuentan que el día que apuntillaron la ganadería, había una vaca en un corral que berreaba sin cesar, quizá consciente de su inmediato final. Instinto animal. David Ribeiro Telles, presente en aquel duro momento, pidió llevarse aquella vaca berrenda de nombre Chinarra y los ganaderos aceptaron, logrando así no solo salvar la vida de la vaca sino todo un tesoro genético. Aquella vaca fue clave para reconstruir este encaste de la mano de Fernando Pereira Palha.