No estaría completa la historia del toreo sin su extenso capítulo de toros sobreros. En Madrid, y en la llamada en su día Corrida de Inauguración, saltó el último 20 de marzo un sobrero del hierro de Torrealba de calidad nada común. Un toro de casi seis años, castaño carifosco y ojinegro, largo y proporcionado, bien armado por delante y ligeramente tocado de pitones, lo que redundaba en su armonía. La fijeza, el ritmo constante de su vivo galope, la manera de descolgar y repetir, la embestida acompasada. Tarde húmeda, fresca, poco más de diez grados en sombra. Ni el toro de carril, que tiende a pasarse de dulce, ni el de bandera, que puede lindar con la fiereza.
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