La Revolera

Chicuelo II en el recuerdo

Paco Mora
jueves 22 de enero de 2015

Y es que Manuel no sólo fue el torero más valiente que he conocido sino también un hombre de una pieza. Si es cierto que en el más allá hay un lugar para los buenos, él está allí. Seguro.

Han pasado 55 años y todavía no puedo evitar el escalofrío que me produce la imagen de Chicuelo II con su hermano Ricardo y el picador Garmendia despidiéndose para siempre desde la escalerilla del avión que tomaron con intención de viajar a México y les condujo a la eternidad. Fue el mismo día que nació mi segunda hija (Encarnación), alegría que se mezcló con las lágrimas por el amigo tan trágica y absurdamente desaparecido.

Manuel Jiménez Díaz era un valiente a carta cabal que se empeñó en ser figura del toreo, y lo consiguió jugándose la vida cada tarde y en cada toro. Pero para mí, por encima de todo era un amigo entrañable. Modesto, sencillo y sin aristas de ninguna clase, era imposible conocerlo y no quererlo. Con él pasé muchas horas hablando de toros, mientras paseábamos por aquella Calle Ancha de nuestra juventud albaceteña. Con un vestido rosa y plata que me prestó, debuté en la Plaza de la calle de la Feria el día 3 de agosto de 1952, junto a Pepe Montero “Minuto” y Félix Morales. Aquello quedó en un mano a mano, porque Félix sufrió un cornalón apenas se abrió de capa. Pase un auténtico calvario, pues entre los tres novillos de Eugenio Ortega de Añover del Tajo que tuve que matar como pude, me llevé catorce volteretas (14).

Al día siguiente por la mañana le devolví el vestido hecho unos zorros y Manuel lo echó al cubo de la basura. La chaquetilla en cuatro trozos, la taleguilla pulverizada y el chaleco no apareció por ningún lado. Cometí la torpeza, conociéndole como le conocía, de preguntarle que cuánto le debía por lo que pudo haber sido mi mortaja, y me contestó: “Si me lo hubieras traído roto sólo por detrás algo te cobraría, pero diste la cara y lo pasé muy mal viéndote en el aire toda la tarde. Dame un abrazo y ya estoy pagado”. Y es que Manuel no sólo fue el torero más valiente que he conocido sino también un hombre de una pieza. Si es cierto que en el más allá hay un lugar para los buenos, él está allí. Seguro.

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